Capítulo V

De las minas a los cargaderos

Desde la invención del convertidor Bessemer (1856) en Europa, sobre todo en Inglaterra, hubo potentes siderurgias que necesitaban mineral de hierro de calidad, abundante y de forma regular. Estas siderurgias fueron las que estuvieron detrás de las grandes compañías que explotaron y llevaron la mayor parte del mineral extraído en los Montes de Triano. Enviaron ingenieros, geólogos, topógrafos, expertos en vapor, contratistas... y crearon las compañías mineras, en ocasiones, asociándose con industriales de la comarca.

La Diputación de Bizkaia otorgaba «concesiones mineras» a las compañías, es decir, derechos para iniciar una explotación, pero nunca de propiedad del terreno. Se concedían por un tiempo hasta el agotamiento del mineral con un máximo de cien años y estaban sujetas a una normativa y al pago de un canon por tonelada extraída.

Toda mina comenzaba su actividad con un proceso de extracción. En los inicios de las explotaciones (desde principios del siglo XIX) era relativamente fácil extraer mineral. Los óxidos férricos (vena y campanil) y los hidróxidos (rubio) se encontraban en enormes masas, y su explotación requería de herramientas de bajo coste como picos, palas, rastrillas y cestos terreros, puesto que la extracción era, casi siempre, a cielo abierto.

A partir de 1876, finalizada la contienda carlista y abolidos los Fueros proteccionistas, las compañías compitieron en una loca carrera por llevarse los mejores minerales y al menor coste posible, originando enormes escombreras, terraplenes y pedraplenes, con los materiales desechados. Agotados los óxidos hacia 1890, las compañías siguieron los filones de mineral de hierro, sobre todo de carbonatos (siderita) que, aunque tuviesen menor mena y su extracción supusiese la creación de grandes galerías subterráneas y herramientas más complejas, eran interesantes si se les sometía a un proceso de calcinación en hornos.

Además, el procesado del mineral cobró especial importancia cuando compañías y particulares decidieron lavar las tierras acumuladas en las escombreras de las primeras explotaciones de vena recuperando los óxidos desperdiciados que no necesitaban ser calcinados.

Las fases de extraer y procesar se completaban con la fase de transportar el mineral de hierro para que llegase a las siderurgias europeas y del país en condiciones óptimas para su aprovechamiento en hornos altos y la obtención de arrabio a un coste asequible. Esta última fase de la minería era tan importante como las otras dos.

El objetivo era llevar el mineral hasta los embarcaderos, en un principio en la desembocadura del Galindo y en la ría, luego a mar abierto. El transporte fue transformándose, y de la carreta de bueyes se pasó a los trenes mineros, planos inclinados, vagonetas de cadenilla, tranvías aéreos y, por último, a la creación de cargaderos a mar abierto.

La gran obra del cargadero de El Castillo de Campomar.