Capítulo XVI
Guardas y vigilantes
La compañía Orconera Iron Ore contaba con una plantilla de guardas y vigilantes para garantizar el correcto funcionamiento del Lavadero en cualquiera de sus instalaciones. En Campomar vivían dos guardas con sus familias que vigilaban el muro perimetral recorriéndolo varias veces al día; controlaban las puertas de entrada, para que nadie sacase herramientas; acompañaban a los visitantes; escoltaban al listero el día de la paga; supervisaban el funcionamiento de los obreros imponiendo seriedad, sobre todo en cuanto a horarios; y daban parte de cualquier irregularidad como reuniones de carácter político o venta de periódicos y boletines de partidos y sindicatos.
Los guardas iban uniformados con traje de color gris, casi negro, gorra de plato y una chapa brillante en el bolsillo derecho que acreditaba su posición. Eran guardias civiles retirados e iban armados con pequeñas carabinas. Los trabajadores procuraban alejarse porque desconfiaban de ellos y, en general, eran poco apreciados.
Los vigilantes nada tenían que ver con los guardas. Estos últimos eran trabajadores que habían sufrido algún accidente o una larga enfermedad. Informaban sobre el estado general de la línea, sobre los protectores que evitaban la caída de piedras de los baldes cuando la línea cruzaba las carreteras o caminos, sobre las estaciones tensoras y, con su presencia, evitaban las chiquilladas de querer subirse a los baldes o posibles actos de sabotaje.
Tenían su oficina en el cargadero de Las Carreras. En la vigilancia nocturna trabajaban dos personas en cada relevo, de cinco y media de la tarde a una de la madrtugada y de la una hasta las nueve de la mañana. Un vigilante marchaba hacia Campomar y el compañero hacia el cargadero de salida de los baldes en Triano. Iban por debajo de la línea, por un camino que se conservaba siempre limpio para facilitar el mantenimiento y reparación de los cables, salvo en los casos de torretas instaladas en lugares poco accesibles.
No tenían uniforme ni buzo y trabajaban con ropa de diario, pero la compañía les facilitaba una amplia correa que les cruzaba el pecho en bandolera con una chapa que decía «Vigilante», además de unas polainas y un «tapabocas» que utilizaban para todo, una cachaba, un paraguas y un perro pequeño, siempre del mismo tipo, lanudo y de color canela. No iban armados.
Una vez a la semana, cuando la línea estaba en funcionamiento, los vigilantes diurnos recorrían el trazado revisando los cables y las estaciones tensoras. Los trabajadores del taller de Las Carreras hacían las reparaciones en buena parte del trayecto tanto hacia Triano como hacia Campomar y Gallarta, y la avería más habitual era la de los «cables pelados», que se reparaban cuando la línea se detenía sin necesidad de desmontar nada. Los «empalmadores », con gran pericia, realizaban asombrosos enganches sentados en una silla metálica que pendía del cable y se desplazaba como si fuese un balde.