Capítulo XII

Pobeña

La imagen idílica de Pobeña, retenida en la foto que José McLennan sacó hacia 1890, se fue distorsionando con el paso de los años, al principio lentamente, pero a partir de 1905 de forma acelerada y drástica.

Desde mediados de los años sesenta del siglo XIX Pobeña comenzó a crecer en población. Primero llegó gente de los alrededores y, luego, de las provincias limítrofes, todos para trabajar en las minas de los Montes de Triano. Las veneras de la costa atrajeron a muchos peones braceros que buscaban sustento en las minas de Cobaron y en las de Ontón y Mioño, en Cantabria, o en las ubicadas en los alrededores de Pobeña, hoy totalmente olvidadas.

El pueblo contaba desde antiguo con un pequeño puerto venaquero en el que cargaban las pequeñas embarcaciones que suministraban vena a las ferrerías próximas a la costa. Esta actividad influyó poco en el medio y no causó deterioro medioambiental, pero hacia 1865 Pobeña sufrió la primera transformación importante con una actuación de José McLennan quien, mediante un relleno, unió la isla de San Pantaleón con la zona de la Esparraguera para que pasara un ferrocarril de cadenilla, convirtiendo Pobeña en un «puerto» de salida de mineral. La vena de Cobaron llegaba hasta los pies de la ermita y allí se embarcaba en lanchones que subían hasta el puerto de San Juan o salían a mar abierto para cargar los primeros buques ingleses que se acercaban a la playa hasta donde el calado les permitía.

Pasada la Segunda Guerra Carlista (1872- 1876), el nuevo empuje de la minería hizo que aumentara la llegada de peones braceros a las minas. Los recién llegados se hospedaban como pupilos o alquilaban parte de una vivienda o casas que los adinerados de entonces poseían en Pobeña o alrededores, como fue el caso de Mateo Urioste, por ejemplo.

Según las crónicas de la época, en los ochenta del siglo XIX el puerto de Pobeña era muy importante como punto de salida de mineral. José McLennan no solo exportaba su vena por este puerto, sino que rentabilizaba su infraestructura férrea transportando y embarcando el mineral de otras minas próximas a Cobaron, incluso solicitó autorización para la construcción de un tranvía aéreo desde Cotorrio a Pobeña con el propósito de dar salida al mineral de las minas de esta zona. Sin embargo, no llegó a realizarse debido a la prolongación del ferrocarril minero de Triano hasta San Julián de Musques en 1890.

Con el siglo XIX llegó a España la moda europea de los baños de mar, esto es, se inventó la «playa». Ventura de Bustos, cirujano dentista en la corte de Madrid, publicó el libro «Las excelencias del baño y reglas para bañarse», en el que recogía las propiedades naturales del agua de mar, entre otras, ser «un poderoso agente de hidroterapia medicinal». Las playas llevaban siglos como lugares demonizados y de pecado, pero sus cualidades terapéuticas no pasaron desapercibidas entre la gente pudiente. Además, los «baños de ola» se convirtieron en un signo de modernidad, en una moda que venía de Europa y que contaban con el morbo de poder mostrar y apreciar alguna pantorrilla, por lo que pasaron a ser un deseado lugar de veraneo. Las realezas se encargaron de impulsar esta moda, la francesa en Biarritz y la española en San Sebastián, y con ellas arrastraron a las aristocracias. De ese modo, hasta bien entrado el siglo XX la gente pudiente veraneó en el litoral y se dio cita en diversas playas de la costa vasca. En Bizkaia se tomaron «baños de ola» en arenales hasta entonces olvidados y a su alrededor se levantaron balnearios, hoteles y servicios para los bañistas, como ocurrió en Lekeitio, Ondarroa, Algorta, Portugalete o Santurtzi, entre otros.

Estos primeros pasos del «turismo» a punto estuvieron de hacer que Pobeña tomara un rumbo histórico muy diferente al que tuvo después. En 1882, El Noticiero Bilbaíno recogía las inmejorables cualidades de este arenal del Valle de Somorrostro y solicitaba una carretera en condiciones que facilitase la llegada de los nuevos turistas al «Puerto de Pobeña». Puesto que ya había empresarios dispuestos a invertir en la creación de servicios para los bañistas, podría ser un «nuevo Saturrarán, cuando no un pequeño Biarritz», afirmaban los soñadores de la época.

A partir de 1884 se dieron las primeras actuaciones que modernizaron mínimamente el pueblo de Pobeña, como la creación de una escuela o de una casa cuartel para los carabineros levantada sobre los restos de otra ya existente; también se construyeron casas y se hizo la carretera desde San Julián con un nuevo acceso de entrada al pueblo por el acantilado de Socotillo (1884) que desplazó el cementerio. Unos años más tarde, promovido por un particular, se autorizó el relleno de la playita pobeñesa para usos agrícolas o la construcción de edificios. Este proyecto no llegó a realizarse.

El puerto de salida de mineral creado por McLennan a los pies de la ermita de El Socorro estuvo en funcionamiento casi veinte años, pero el empuje minero de posguerra puso en evidencia sus limitaciones y reducida capacidad de cargue, por lo que este ingeniero buscó otras soluciones que le permitieran cargar más y en menos tiempo. Tras varios proyectos fallidos consiguió levantar con esfuerzo y mucho dinero el primer cargadero a mar abierto, hacia 1886, cayendo en el olvido el puerto de Pobeña.

El pueblo recuperaba así su tranquilidad y aún mantenía buena parte de su fisonomía original, pero a partir de 1905 los pobeñeses comenzaron a ver movimientos: topógrafos, ingenieros, fotógrafos, etcétera, y se propagó el rumor de que una gran compañía inglesa abriría una mina en los alrededores de Pobeña.

La compañía Orconera Iron Ore construyó un almacén de madera, denominado popularmente cochera, en el arranque del camino hacia Cobaron y contrató a varios jóvenes pobeñeses para limpiar y dejar expedita una gran superficie en el alto de Campomar.

Los materiales para la próxima construcción del Lavadero fueron llegando en tren desde Lutxana a la estación de San Julián, el camión de «Barquín» los transportaba hasta Pobeña y de allí, en carreta de bueyes por la estrada de Castañuelo, los subían a Campomar.

A partir de 1907, la Orconera Iron Ore transformó Pobeña por completo: levantó oficinas, viviendas para sus trabajadores, una escuela, pequeños pabellones auxiliares de madera, y la obra más importante, ejecutó el viejo proyecto de desecación de la marisma canalizando los dos riachuelos que confluían en la playa y llevó a cabo el cierre perimetral del arenal consiguiendo una balsa de decantación de lodos. Pobeña perdió así toda su inocencia y sufrió una dura transformación que cambió su fisonomía para siempre.

Varias fotografías muestran las diferentes fases de construcción del espigón que canalizó los riachuelos y cerró el pequeño arenal pobeñés impidiendo la entrada del agua de las mareas. El Lavadero de Campomar comenzó su actividad vertiendo las aguas sucias y arcillosas del lavado de las tierras en esta nueva balsa de decantación, pero la cantidad de agua vertida pronto sobrepasó el cálculo inicial y en poco más de tres años rebosaba, el filtrado era escaso y las mareas no cumplían el papel de limpieza previsto. Además, la población de Pobeña se había cuadriplicado y sus moradores tiraban las basuras a la nueva marisma, que se iba llenando de vegetación.

Los primeros casos de problemas gastrointestinales asustaron a los pobeñeses, que siempre estaban alerta por los brotes de cólera que habían sacudido la comarca y toda Bizkaia. Eran tiempos de aumento rápido de población en barrios carentes de saneamientos, además, los arroyos y los ríos bajaban contaminados por el lavado de mineral, por lo que las aguas limpias eran escasas tanto para beber como para cocinar y lavar la ropa.

Ante el temor de un nuevo brote, la Jefatura de Minas prohibió a Orconera Iron Ore verter en la balsa de decantación y la obligó a romper el espigón para que el agua de las mareas limpiase los barrizales formados. Asimismo, permitió a la empresa construir un canal de desagüe que recogiese las aguas arcillosas del lavado y las enviase directas al mar en la zona denominada Lastra.

Durante más de treinta años, el Lavadero de Campomar estuvo vertiendo a mar abierto. Las mareas fueron limpiando la balsa de decantación de la playita de Pobeña hasta formarse una marisma mucho más grande de lo que es hoy en día; y con los años se llenó de vegetación, de cañas denominadas «pil» que formaban pilingones y daban los famosos plumeros que las pobeñesas dejaban secar y teñían haciendo bonitos floreros de naturaleza muerta.

Orconera Iron Ore transformó el pueblo causando un deterioro ambiental importante, pero nadie reparó en ello, el trabajo y el sustento eran prioritarios, y además, la idea de «progreso» conllevaba la creencia de una naturaleza infinita. Al mismo tiempo, Pobeña se enriqueció: llegó gente joven para trabajar en el Lavadero que pasaba todos los días por el pueblo; los familiares les llevaban la comida en una cestita o en el serón y todos comían por los alrededores; los sábados gastaban algo de la paga divirtiéndose en los dos bares que existían entonces; y se generaron roces que acabaron en noviazgos y, en ocasiones, en matrimonios. Pobeña perdió su pasado rural, cambió socialmente y se convirtió en una pequeña sociedad más diversa y plural.

Orconera Iron Ore cesó su actividad en los años cuarenta del siglo XX olvidando el deterioro ambiental provocado y abandonando sus instalaciones. La marisma ya forma parte del entorno y cuenta con cierto encanto, y el Lavadero de Campomar, arruinado en la posguerra por las brigadas militares que arrancaron todo el hierro para utilizarlo como chatarra en los Altos Hornos, cuenta aún con restos importantes, aunque abandonados, olvidados y de difícil interpretación.

Siempre nos quedará la duda, Pobeña y la playa, sacrificada para el desarrollo minero: ¿Cómo sería hoy en día el arenal del Valle de Somorrostro si se hubiese tomado el camino de los «baños de mar»?