Capítulo I

Entre la murmia se vislumbra Encartaciones

Hablar con rigor de los orígenes de las tierras encartadas es como caminar entre la murmia8. Los datos históricos son tan escasos que poco se puede afirmar con claridad, y esta constatación sirve para el resto de gentes que poblaron el norte de la península. Si partimos de la invasión del Imperio Romano parece que estas tierras estaban ocupadas por gente autrigona, partícipes de la amplia cultura celta y de habla totalmente desconocida, aunque las excavaciones arqueológicas les sitúan más en la llanada de La Bureba que por la costa y ofreciendo dádivas a su dios Vurovio.

Cierto es que a los historiadores romanos9 les debemos las primeras referencias sobre estas tierras ya que hicieron mención, un tanto asombrados, de sus enormes masas de mineral de hierro. Grandes veneras que han marcado la historia de la tierra encartada desde el principio de nuestra era, unos criaderos que fueron creciendo en importancia con el paso de los siglos, acelerándose en los dos últimos.

Tal vez, cualquier día, en un archivo perdido aparezcan datos que nos desvelen algo más del pasado oscuro, pero hasta hoy, tan solo sabemos que por aquí han pasado pueblos dominadores dejando tan solo algunas señales más o menos evidentes. Los romanos nos dejaron una calzada de Pisorica (Herrera de Pisuerga) a Portus Amanus (Castro Urdiales), que atravesó la comarca por Balmaseda, Avellaneda y Las Muñecas. Fundaron la única colonia de la cornisa cantábrica, Flaviobriga10 , con su centro en el puerto de Castro Urdiales, por donde se llevaron las riquezas para su querida Roma, pero, si explotaron estas veneras, no hay restos significativos. Los godos, agricultores enfadados con los dueños del mundo de entonces, dominaron ocupando las llanadas cerealistas, pero parece que no tuvieron mucho interés en esta depresión entre la meseta y la costa de relieve muy accidentado y vegetación selvática de encinas y bortos.

Los musulmanes tampoco nos prestaron mucha atención, aunque recientes estudios de los textos del cronista Ibn Idari de Al-Andalus dejan una cita cuando menos sorprendente. Poco antes del año 800, el general Abd al-Karim atacó y devastó la antigua tierra de los autrigones enviando escuadrones de caballería en todas direcciones, y aseguran que lucharon incluso a orillas del Cantábrico, en marismas donde había canales y mareas con los que se defendieron nuestros antepasados11.

En la Reconquista encontramos referencias toponímicas y otras que hablan de repoblaciones y creación de castillos protectores, pero poco más. Nuestra entrada plena en la historia viene de la mano del banderizo encartado Lope García de Salazar (1399-1476). Nació en el palacio de Muñatones, luchó con su linaje hasta acabar en la cárcel de Sevilla y dominó e hizo grandes negocios con la vena apropiándose de ricas veneras que dieron lugar a largos pleitos, pero, además, compaginó la espada y la pluma dejándonos «Las Bienandanzas e Fortunas», obra enciclopédica donde encontramos mucha información sobre Encartaciones.

Tan solo podemos afirmar que Encartaciones aparece en la historia con un Fuero propio de trasmisión oral hasta que en 1394 se lleva a papel recogiendo los usos y costumbres consuetudinarios.

Antonio de Trueba12, escritor del siglo XIX, da una semblanza acertada de la tierra accidentada en unos versos (Las Encartaciones de antaño):

Su labranza era escasísima
pues se reducía toda
a labrar algún pedazo
de tierras en valles y lomas
donde sembraban el mijo
llamado entonces borona
y toda su industria era
tejer y cuidar ganados
extraer bebida alcohólica
de la manzana y la uva
con inteligencia poca
y el laboreo del hierro
que, con excepciones cortas
solo se empleaba en armas
y en instrumentos agrícolas.
Las ferrerías de entonces
no eran como las de ahora
porque se hacían a brazo
las operaciones todas
según puede colegirse
de la abundancia de escoria
que vemos en las montañas
donde no hay aguas motoras.

Siempre el hierro en una tierra pobre, tal vez eso explique que los encartados prefirieran tener sus tierras en común, y sobre su aprovechamiento el Fuero era claro: solo a los encartados les correspondía la explotación agrícola, forestal, ganadera y minera de sus montes comunales.

Con el paso del tiempo, Encartaciones fue cobrando importancia por la simple razón que el hierro era cada vez más necesario y las veneras encartadas, por su calidad y fácil explotación, se volvieron objeto de deseo por todas las potencias que necesitaban este mineral para su desarrollo y, sobre todo, para su industria armamentística.

La demanda de mineral de hierro creció, pero su explotación en Encartaciones estaba sujeta a un Fuero proteccionista y a prohibiciones reales por las que no se podía exportar mineral, aunque sí los lingotes de hierro fruto de las ferrerías. Entramos en siglos (a partir del XIII) donde los encartados, además del aprovechamiento ganadero y forestal de sus montes, contaron con el arranque de vena en sus cotos mineros y el cocido en hoyas de la madera de los bortos13 para la obtención de carbón vegetal, privilegios que facilitaron su supervivencia.

Buena vena y carbón vegetal de alto poder calorífico, materias primas esenciales para el funcionamiento de las abundantes ferrerías que se fueron creando en la vertiente cantábrica.

Los encartados trabajaban el laboreo de la vena en sus cotos mineros y la acarreaban hasta los puertos de las vegas del Barbadún y del Galindo.

Fueron siglos de intensa actividad venaquera que duró hasta la segunda mitad del siglo XIX, muy lucrativa, pero no exenta de enfrentamientos entre quienes defendían lo común y quienes explotaban veneras alegando propiedad.

La creciente demanda de hierro ejerció una gran presión sobre Encartaciones y su Fuero y, desde muy temprano, se sucederán pleitos por los derechos de explotación con la Corona y con el Señorío de Bizkaia.

Notas


8. Murmia Vocablo encartado que aún se utiliza y que significa la niebla que entra de la mar acompañada, en muchas ocasiones, de una lluvia fina. Encartaciones conserva cientos de vocablos que van desapareciendo con la uniformidad de la lengua, perdiéndose una gran diversidad lingüística. Así, palabras como quima, estrada, jaro, borto, vilorta, etcétera, son viejas denominaciones que en su mayoría provienen del castellano antiguo.

9. Historiadores romanos. Tito Livio (76 a.c.), Estrabón, Mela y otros citan al pueblo autrigón ocupando desde el noreste de Burgos, Montes de Oca y La Bureba hasta la costa cantábrica entre el río Asón y el río Nervión.

10. Flavióbriga. En la época de Vespasiano, el año 74 d.c, el Imperio Romano fundó Flavióbriga (Castro Urdiales), la única colonia romana en la cornisa cantábrica, incluía toda la tierra del pueblo autrigón. Fue un convento jurídico que tenía jurisdicción sobre importantes localidades como Uxama, Vindeleia y Viruvesca (actual Briviesca), capital de los autrigones e importante encrucijada de calzadas y caminos. Los romanos unieron el puerto de Flavióbriga (Portus Amanum) con Pisorica (Herrera de Pisuerga) mediante una calzada que pasaba por Las Muñecas, Avellaneda, Balmaseda y Valle de Mena. El emperador Trajano, nacido en Hispania y que gobernó del 98 al 117 d.c, fue un gran impulsor de la minería; protegió y promocionó la organización productiva de Flavióbriga creando un centro minero importante, hoy llamado Triano, que tomó el nombre del emperador (Traiano)

11. Enrike Lopez Garcia. Recogió de varios investigadores la cita encontrada en las crónicas del historiador de Al-Andalus Ibn Idari.

12. Antonio de Trueba. Prolífico escritor nacido en Montellano (Galdames) en 1819. Poeta, cuentista y novelista.

13. Borto. Nombre utilizado en la comarca para definir al «Arbutus unedo», conocido en otras comarcas como madroño. Es un árbol de crecimiento lento, de unos seis metros de altura, madera color rojiza, hoja perenne verde intenso y frutos globulosos que en su madurez lucen un rojo intenso. Fue el árbol más común de Encartaciones y ha dejado toponimia como, bortal, bortales, Bortedo, etcétera. Se aprovechó en su totalidad, incluyendo sus raíces, por tratarse de una madera muy dura idónea para arrancar máquinas de vapor y hornos de calcinar, pero sobre todo, desde muy antiguo, para la fabricación de carbón vegetal. Prácticamente desapareció en la comarca y en la reforestación de finales del siglo XIX fue sustituido por el pino insignis.