Los grafitos navales de San Julián
Los grafitos navales de San Julián
Si nos situamos en la puerta sur de la iglesia de San Julián y retrocedemos dos siglos, seguramente nos hallaremos acompañados de varias personas muy particulares. Se trata de los armadores del precioso quechemarín que podemos ver abarloado al muelle de Lavalle. Desde este lugar privilegiado escucharemos las voces de los boyeros que jalean a sus bueyes para acercar la carga de mineral de los carros al costado del barco. Veremos al capitán revisando cuidadosamente la estiba, para que el barco no se desequilibre y comprobando que la vena está seca, que no pesa más de lo normal, como sucede cuando llueve o cuando los estibadores descargan el mineral cerca de la orilla y lo cubre la marea. Los marineros, atentos a las estachas que mantienen el barco seguro a tierra, en lucha contra la corriente. Los armadores permanecen silenciosos, atentos a las operaciones que se llevan a cabo en el río Barbadun. Quizás se trate de miembros de la familia Llano o de los Urquixo, o de ambas. Quizás han formado una sociedad para comprar el nuevo barco, con el que abrir nuevos mercados. A buen seguro que estarán orgullosos y esperanzados por el futuro. Sin embargo, como marinos, saben que han de cumplir con la divinidad. Cuando el capitán da orden de largar amarras y el quechemarín desciende majestuoso hacia el mar impulsado por la corriente de marea, nuestros acompañantes se acercan a la puerta y con una pequeña navaja, en un ritual cargado de piedad, graban sus nombres en la madera, acompañados del símbolo de la victoria y las líneas de su nueva embarcación con todas las velas al viento. A partir de ahora la suerte de su hermoso barco queda enteramente en manos de tan solo dos personas en este mundo: su capitán y San Nicolás de Bari, patrón de los mareantes de San Julián de Muskiz.
Algunos detalles técnicos -como la unión de las tablas entre sí o el tipo de herrajes utilizados- apuntan a una cronología de la puerta que va desde el último tercio del siglo XVIII hasta las primeras décadas del XIXLos barcos en el Barbadun
El hallazgo de las inscripciones de la puerta de San Julián de Muskiz supone un hito de especial relevancia para la historia y antropología marítimas de Bizkaia. Unas inscripciones sencillas, en apariencia ingenuas, pero que nos proporcionan una información fundamental que nos ayuda, a los diversos especialistas, en la ardua tarea de completar el puzle intrincado de la relación de nuestros antepasados con el mar.
Para entender y analizar la tipología de los barcos presentes en esta puerta, hemos de conocer las características del medio físico donde debían realizar su trabajo.
La actual playa de La Arena y el curso general de la desembocadura del río Barbadun se encuentra orientada aproximadamente en el eje norte-sur. Los vientos dominantes en el Cantábrico son norte, noroeste y en menor medida nordeste. Esto permitiría remontar el río hasta el cargadero de San Julián con vientos portantes de popa o de aleta, es decir, con buenas condiciones, preferentemente en el periodo de subida de marea.
Dependiendo del tonelaje del barco se tendría que desestibar el lastre en los lugares previamente designados por los oficiales del puerto de Lavalle. Así mismo, el cargadero se encontraría al pie del promontorio en el que está ubicada la iglesia de San Julián, con orientación al sur, en un meandro del río que lo protege de los vientos dominantes, en definitiva un lugar idóneo para fondear o amarrar los barcos con seguridad.
Para la carga de mineral, se abarloaba el barco al dique de madera y se amarraba por medio de largos de proa y popa y springs a pilotes de madera situados en las riberas del río. Era de suma importancia que el barco quedase perfectamente inmovilizado, con su través al muelle. Una vez terminada la operación de estiba, se esperaba al repunte de marea en pleamar para zarpar con la vaciante, que impulsaba el barco hacia la desembocadura al mar. Este quizás fuese el momento más crítico puesto que en la mayoría de los casos había que navegar contra el viento, con pocas posibilidades de utilizar las velas, ayudado solo por la marea. Además, los puertos fluviales presentan una dificultad adicional, que es la variabilidad de los vientos en función de la orografía circundante. Montañas, valles, colinas, podían hacer variar o acelerar los vientos catabáticos encañonándolos y volviéndolos muy peligrosos. Es en estas circunstancias cuando se necesita un aparejo vélico de la máxima eficacia y de rápida maniobra.
Durante el periodo comprendido entre mediados del siglo XVIII y hasta bien entrado el siglo XIX, el tráfico de mineral que parte desde Bizkaia, responde a dos tipologías muy bien definidas. Por un lado, las embarcaciones menores de uno o dos palos, que transportaban mineral para abastecer el mercado local de Bizkaia y zonas adyacentes. Eran capaces de adentrarse por los cursos fluviales sin dificultad, dado su poco calado y carga, hasta las renterías donde se depositaba la vena para su posterior traslado en carros de bueyes hasta las ferrerías.
Este tráfico de cabotaje se realizaba en pataches y quechemarines de pequeñas dimensiones. Podían oscilar entre las 15 a 20 toneladas y cargar una media de 400 a 450 quintales machos de vena.
Por otro lado, los barcos de mayor tonelaje y capacidad de estiba se encargaban de las singladuras más largas y los fletes más importantes, navegando hasta Asturias y Galicia, por un lado, y hasta Gipuzkoa y Francia por el otro. Se tiene constancia también de navegaciones realizadas a Cataluña. Estas singladuras exigían barcos de mayor porte, pudiendo llegar los más grandes de 30 toneladas de arqueo y una carga útil de hasta 800 quintales machos de vena.
En este periodo histórico está documentada una abrumadora presencia de quechemarines en la costa de Bizkaia, que monopolizan el tráfico marítimo. Estos barcos evolucionaron de los chasse-marée franceses, y se hicieron tan populares que, con el tiempo, una versión simplificada del velamen fue adoptada también por las lanchas de pesca tradicionales vascas. Se mantendrán en activo hasta el primer cuarto del siglo XX, cuando las primeras embarcaciones a vapor desbanquen definitivamente a la vela.
Los quechemarines de San Julián se encuadran, sin ningún género de dudas, en este tráfico de cabotaje de altura. Se trataba de embarcaciones de alrededor de las 30 toneladas, de entre 15 a 20 metros de eslora entre puntas, sin contar el bauprés. Su aparejo y características nos indican además, de manera inequívoca, que estaban preparados para navegaciones de cabotaje a larga distancia. En líneas generales, la configuración de las velas de los quechemarines es muy característica de este tipo de embarcaciones y las diferencia totalmente de los pataches. Estos últimos utilizaban aparejo de bergantín goleta simplificado, sin embargo, los quechemarines, en este caso de tres palos, utilizaban velas latinas en el trinquete, mayor y mesana, complementado con un botalón o bauprés con varios foques. En momentos bonancibles, con vientos portantes, podían utilizar también gavias volantes.
Las velas latinas tienen la particularidad de poder ser orientadas en la mayor parte de los ángulos de viento, proporcionando al barco una maniobrabilidad excelente, incluso en lugares angostos o de vientos variables, como los puertos fluviales, y en nuestro caso el de Lavalle. Esto les proporciona una increíble capacidad de virada, pudiendo hacerlo sobre su propio eje sin tener que realizar una ciaboga. Además, la mayor parte de la costa norte peninsular es lo que se denomina una costa a sotavento, es decir, que cualquier barco que navegue en sus aguas está expuesto al peligro de ser empujado por un temporal contra las rocas si no dispone de buena capacidad de ceñir al viento. Una tripulación compuesta de tan solo un patrón, dos o tres marineros y algún grumete, podía manejar sin dificultad el aparejo de estos barcos; con el consiguiente ahorro en gastos.
Quien realizó los grafitos de San Julián, no solo plasmó con meticulosidad el aparejo y velas, sino que reflejó fielmente las formas del casco. En este caso los quechemarines presentan una proa muy lanzada, con bauprés y foques, lo que nos indica que estaban preparados para la navegación de altura y para enfrentar cualquier tipo de oleaje. En suma, su capacidad de carga, excelentes capacidades marineras y facilidad de maniobra, convertía a estos barcos en inversiones sumamente rentables para los armadores vizcaínos.
Nombres, símbolos y barcos en la puerta de San Julián
Quien se aposte en la puerta sur de la iglesia dispone de una vista privilegiada del sector fluvial donde antaño se ubicaba el puerto de Lavalle. Aquí situado, el autor o autores de las inscripciones de San Julián podrían ver con claridad cada detalle de los barcos.
La puerta presenta una serie de inscripciones que podríamos dividir en tres grupos diferenciados y, sin embargo, a nuestro entender, perfectamente relacionados entre sí. Estos son:
Inscripciones epigráficas
Se trata de un conjunto de letras, nombres y símbolos que parecen aludir a los autores de las inscripciones.
Víctores o Vítores
Uno de los elementos más peculiares de las inscripciones de San Julián es la presencia del símbolo Víctor o Vítor. Este antiguo emblema tiene su origen en el crismón romano que acompañó en estandartes y escudos a las cristianizadas tropas romanas desde el edicto de Milán en el 313 d.C.
Una derivación de la X y la P romana es el Víctor compuesto por las letras “V.I.C.T.O.R.”, aludiendo a un gran logro o victoria. Generalmente han sido utilizados con gran profusión en las fachadas de universidades y en los edificios de las poblaciones universitarias. Se pintaban a modo de moderno grafito acompañando al nombre de un alumno que había logrado el doctorado. La Universidad de Salamanca quizás sea el centro docente con mayor cantidad de estas representaciones.
En el ámbito marítimo lo podemos encontrar junto a representaciones de embarcaciones, vitoreando alguna hazaña o logro naval. Un ejemplo serían los grafitos navales del interior de la ermita de San Zoilo en Caseda, que se remontan al siglo XVI.
A mediados del siglo XX el régimen de Franco se apropió del Víctor como símbolo de la victoria tras finalizar la Guerra Civil, por lo que su utilización en otros contextos, al menos en España, cayó inmediatamente en desuso.
Regresando a la puerta de San Julián podemos observar dos víctores de clara ejecución, como son los números 3 y 16, así como un conjunto de letras (nº 2) que recuerdan en su ejecución a los anteriores símbolos pero que están dispuestas de manera horizontal. Se adivinan en primer término una N, una R, posiblemente una A y una X; y en segundo término y más pequeños, una O y una S. Su significado se nos escapa, pero podría tratarse de las iniciales que compongan alguna frase, o quizás, puesto que recuerda vagamente a este tipo de jaculatorias, un “Ave María”.
Como veremos posteriormente, estos símbolos parecen asociados a los apellidos y los barcos representados en la puerta.
Barcos
En cuanto a las representaciones netamente marítimas y en orden de importancia, nos encontramos con un primer grupo de embarcaciones de una misma tipología. Han sido ejecutadas con gran detalle, describiendo claramente su aparejo e incluso la baluma de las velas. Ofrecen detalles muy importantes a ojos de cualquier marino o ingeniero naval que esté familiarizado con los barcos clásicos, en especial en las líneas del casco y disposición de los palos.
Nº 8 - En este caso tenemos otro quechemarín. Su carácter es más esquemático, aunque ofrece otros detalles interesantes. Por un lado, la forma del casco a popa buscaba una representación fiel de sus líneas. En cuanto a la arboladura los trazos son algo más ingenuos, representan un barco con toda seguridad de tres palos, aunque sólo vemos dos: trinquete y mesana con sus respectivas velas. Muestra el trinquete y la mesana con las velas izadas, ambas muy embolsadas por la curvatura de la baluma. Quizás acuarteladas, para mantener el barco estabilizado con el viento.
El detalle más llamativo se encuentra en las dos líneas que parten oblicuamente del primer tercio de la cubierta y la que parte de la aleta. Parecen representar los sprines con los que se amarra una embarcación cuando se quiere que esta no se separe del muelle, lo que indicaría a todas luces que estaba abarloada al muelle por su costado de babor y en proceso de estibado de la carga. El hecho de que el spring de proa sea doble puede obedecer a que estaba pasado por seno en tierra, o que la corriente era fuerte y se refuerza esa amarra. También está representado el cabo de través de proa. Del botalón de popa o escotera parten dos líneas que no obedecen a ninguna función náutica por lo que posiblemente se trate de líneas añadidas que no corresponden a la intención representativa del barco.
Sea como fuere, los tres barcos son representaciones magníficas de quechemarines de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX.
Nº 10 - Este grabado es muy interesante. Aunque la arboladura del barco no está completa, ni ajustada a las dimensiones adecuadas, sin embargo, el autor quiso representar un elemento estructural específico como son los obenques que sujetan los palos a cubierta de manera transversal. Estos obenques, en combinación con los flechastes forman la escala característica de los buques de vela antiguos que permitía ascender, a modo de escalera, a los marineros a las diferentes partes de la arboladura. En este caso figuran en el palo macho del trinquete, con un solo tramo hasta la primera cofa. El palo mayor cuenta con palo macho y mastelerillo de gavia, con los dos tramos de obenques correspondientes y sus cofas.
En cuanto al casco, parecen adivinarse, en trazado muy tenue, las diferentes líneas estructurales del casco, líneas de flotación. La roda del barco también está dibujada buscando el mayor parecido con la realidad. De nuevo, vemos que el barco está amarrado a tierra con dos sprines y tres traveses de proa.
Por último, tenemos un grupo de grafitos, que calificaría de ensayos o tentativas de grabados de barcos. Se trata de los números 9, 11, 12, 18, 21, 22, 23, y 24. Salvo el número 12 que parece querer representar un pailebote o un quechemarín, el resto son meras incisiones carentes de grandes detalles.
Cabe destacar, como conclusión al análisis náutico de los grafitos, la abrumadora presencia de quechemarines en comparación con otras posibles tipologías de barcos. Este hecho no es excepcional puesto que este tipo de barco era hegemónico en la época para el transporte de mineral en navegaciones de cabotaje que incluyeran operaciones fluviales.
Otro elemento reseñable es que el o los autores de los grafitos los han tallado en la puerta cuando los barcos estaban abarloados a los muelles de carga, algo que han querido destacar en todo momento, puesto que la mayoría de los barcos tienen amarras a tierra claramente definidas.
Los exvotos marineros
Las primeras preguntas que asaltan al investigador son: ¿Por qué representar un barco en la puerta de una iglesia? ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué no en la puerta de su casa o de un edificio notable de la localidad? La respuesta es bastante sencilla, se enmarca en unas tradiciones olvidadas, que han permanecido vivas entre un colectivo tan privativo como las gentes del mar.
Desde tiempos inmemoriales, los marinos han buscado la protección de la divinidad en sus travesías. El miedo a perecer en el abismo, a no ser capaz de negociar una tempestad y desaparecer en una tumba líquida e insondable, ha sido una constante en la mentalidad de cualquiera que se hiciese a la mar.
Desde la época clásica tenemos constancia de la costumbre de ofrecer a los dioses un regalo u ofrenda a cambio de esa protección. Son los denominados exvotos, provenientes de la expresión latina exvoto suscepto, “en cumplimiento de un voto”. Ante un peligro, ante una adversidad en medio del océano, el oferente se encomendaba a sus santos y vírgenes preferidos y hacía votos de entregar una ofrenda en el templo de la divinidad que intercediese ante Dios para salvar su vida. No se trataba de un mero juego de palabras declamadas en un mal rato, sino en un verdadero hecho contractual. El oferente, una vez a salvo, tenía la obligación de llevar al templo una ofrenda acorde con sus posibilidades económicas. Podía consistir en una maqueta de su barco, un cuadro representando su salvación en la mar o, en el caso de los pescadores más humildes, parte de sus aparejos de pesca: aros salvavidas, redes, remos, etc. Se trata de los exvotos gratulatorios.
Sin embargo, existían muchos tipos de exvotos. Por ejemplo, los exvotos propiciatorios consistían en llevar al templo de su devoción una ofrenda, generalmente una maqueta o cuadro de un nuevo barco, o bien tallar la silueta de ese barco en la puerta o las paredes de la iglesia. El objeto era buscar protección para ese barco o para una travesía que se preveía difícil.
En este contexto es donde podemos enmarcar los barcos de la puerta de San Julián. Bien como exvotos propiciatorios ante una nueva travesía o empresa, buscando la protección divina, o como acto gratulatorio después de conseguir de manera victoriosa el éxito mercantil o marítimo, como puede ser la adquisición de un nuevo barco o la culminación de una travesía.
Esta modalidad de exvotos gratulatorios continúa vigente en la actualidad. En el mundo de la pesca, quizás el menos desacralizado del ámbito marítimo vasco, los armadores ofrecen una maqueta o un cuadro en el momento de construir y botar un nuevo barco. La mayor parte de los exvotos presentes en templos como San Juan de Gaztelugatxe, son barcos de pesca de altura para los que se buscaba protección y buena pesca.
San Julián y Pobeña, un conjunto de exvotos excepcional
El gran hallazgo que han supuesto los grafitos de San Julián, no solamente estriba en su propia naturaleza como elemento patrimonial, sino en el hecho de que vienen a complementar y enlazar con una tradición votiva muy rica y variada presente en la localidad de forma excepcional.
La pequeña ermita de nuestra Señora del Socorro, antigua ermita de San Pantaleón, atesora en sus paredes uno de los exvotos pictóricos más singulares y antiguos de Bizkaia. Representa al paquebote correo “El Colón”, de la línea de correos marítimos La Coruña-La Habana -la denominada “Carrera de la Habana”-, capitaneado por el vecino de Muskiz, D. Pedro Antonio de Llano y Manzanal.
El día 15 de octubre de 1768, el barco es atrapado por una terrible tormenta a tan sólo 30 millas de La Habana. Escora de tal manera que las olas penetraban por las escotillas. El capitán de Llano se encomienda a la Virgen del Socorro y manda picar el palo mayor con la esperanza de que el barco no zozobre. Consiguen, no sin grandes sufrimientos, entrar por fin en La Habana la tarde del día 18.
El propio capitán escribiría en su Diario de Navegación: y a sido gran milagro que en todas estas faenas no se me aya (sic) malogrado ninguno de mi tripulación. Diario de navegación. Día 15 a 16, domingo.
El cuadro de Pobeña es, además, un exvoto dentro de otro exvoto, puesto que Pedro de Llano en agradecimiento mandó construir la ermita del Socorro y depositar el cuadro en su interior; por lo que técnicamente el propio edificio es ya un elemento votivo.
Como vemos, de nuevo el apellido Llano aparece presente en una actitud votiva, enlazando Pobeña con San Julián, no solo por ser ofrendadores de exvotos, sino por perpetuar en el alma familiar de los linajes marineros de Muskiz la esencia de una misma tradición.
La ermita también es depositaria de un exvoto en maqueta de un bergantín de nombre “El Habanero” que pende del techo del templo, además de diversas ofrendas y ornamentos marítimos que confieren al pequeño santuario un carácter deliciosamente marítimo.
La importancia desde el punto de vista de la historia y antropología marítimas del eje San Julián-Pobeña es máxima, puesto que es el único lugar de toda la geografía vasca y probablemente peninsular, donde se aúnan todas las tipologías más importantes de exvotos navales. Sin olvidar que la información documental de algunos de ellos nos permite revivir las hazañas y sucesos vividos por los grandes marinos de la localidad. Una prueba palmaria de la importancia de los exvotos y del patrimonio en general, como base de la memoria colectiva de un pueblo.
Otros grafitos de la costa vasca
Los grafitos marineros son una tradición ampliamente extendida en el ámbito cultural marino de todo el mundo, con una especial profusión en la fachada atlántica europea, bien sea continental o insular. En ocasiones no obedecen necesariamente a una actitud votiva, sino que perpetúan una práctica típicamente marinera. Así, podemos encontrar representaciones de barcos tallados en huesos de ballena, de orcas o dinteles de puertas de edificios civiles, por citar tan solo elementos perennes, pero se tiene noticia de la práctica del grabado en cuero y baúles marineros donde era habitual representar el propio barco en el que el marinero se hallaba embarcado.
El “Memorial de los Hombres del mar” del Puerto de Santa María, recoge la costumbre de algunos marinos de firmar trazando la figura de su barco. Incluso en los momentos más aciagos, como la reclusión en mazmorras extranjeras, grabar la silueta de tu barco en la pared de la celda parecía transportar ilusoriamente al reo a los lejanos días de libertad, y le proporcionaba un hálito de esperanza. Un ejemplo magnífico lo encontramos muy cerca del País Vasco, en el puerto de La Rochelle, en la cárcel de la Torre de la Linterna, donde los “inquilinos” allí alojados grabaron y esculpieron siluetas de barcos durante tres siglos.
Hasta el descubrimiento de los grafitos de la puerta de San Julián, las únicas representaciones religiosas, que no civiles, de esta costumbre, se circunscribían a las poblaciones guipuzcoanas de Pasaia y Getaria.
La basílica del Santo Cristo de Bonanza está situada en un punto estratégico de Pasajes de San Juan, a orillas del mar y en la salida de la bahía de Pasaia. Cualquier marinero que comenzara su singladura, a buen seguro sería el último edificio de la población que tendría a la vista. No es de extrañar que, en su fachada oeste, la que da al mar, se encuentre una tosca puerta, denominada popularmente como “Lintxua”, repleta de grafitos de barcos mercantes, muy probablemente realizados por los marineros que partían del pueblo como elementos votivos propiciatorios de una buena travesía.
Los barcos representados, algunos detallados y otros meros esbozos -al igual que sucede en San Julián -, fueron estudiados por José Manuel Susteta y corresponden en su mayoría a embarcaciones de los siglos XVIII y XIX. Bergantines, fragatas, pailebotes, cúters y otras tipologías comunes en la navegación mercante y pesquera de la época.
La ermita de San Prudencio de Getaria se encuentra a escasa distancia del casco histórico de Getaria y en el tramo costero del Camino de Santiago. Su construcción data del siglo XV, habiéndose encontrado una necrópolis de esa fecha en el lugar.
A pesar de que San Prudencio no cuenta en su hagiografía con ningún episodio relacionado con el mar y los mareantes, se trata de un templo muy querido por los marineros locales. En su interior penden de las bóvedas exvotos marineros y el navegante Juan Sebastián Elcano dejó ordenado en su testamente: mando á la iglesia de San Prudencio, ques en la jurisdicción de la dicha villa, un ducado de oro. Al parecer, como sucedió con muchas de las disposiciones de Elcano, nunca se ejecutó su voluntad; sin embargo, su mera mención en el testamento nos da una idea de la tradición marítima del templo.
Existen dos puertas de acceso al templo. En la más pequeña bajo un pequeño pórtico, se adivina la silueta tallada de un barco de tipología incierta, que lleva a remolque un pequeño esquife. Probablemente se trate de un grabado de los siglos XVIII o XIX. Es el único grafito presente en la puerta.
Una hipótesis de partida
Conocer los verdaderos motivos por los que un grupo de personas consignaron sus nombres, junto a la representación del símbolo de la victoria y las imágenes de barcos de vela, quizás sea una tarea imposible. Sin embargo, como hipótesis más plausible quizás nos encontramos ante un acto de búsqueda de bendición y protección para unas embarcaciones y una empresa largamente anhelada en la que se buscaba o se había obtenido una victoria.
No sabemos si los Llano o Urquixo que realizaron los grafitos habían obtenido nuevos barcos, de mayor porte, habían conseguido nuevos mercados; celebraban la feliz unión de varios armadores en una mismo esfuerzo comercial; o cualquier otro hecho marítimo reseñable. Todas las hipótesis están abiertas a nuevas interpretaciones. Pero de lo que sí nos hablan los grafitos es de la búsqueda de protección y la victoria sobre algún suceso reseñable para los mareantes de Muskiz.
Que los grafitos se encuentren en la iglesia de San Julián tiene todo su sentido, ya que se trataba de la sede de la Cofradía de Mareantes de San Nicolás, protector y santo patrón de los marinos mercantes, entonces llamados mareantes. Cofradía, a la que por cierto los Llano y Urquixo pertenecían desde su origen.
Las fuentes documentales nos ofrecen además interesantes posibilidades como la noticia en 1810 de un quechemarín denominado San José / Los Cuatro Hermanos, cuyo capitán era José Ramón Momeñe, y su propietario y armador, precisamente un Llano; Nicolás Antonio de Llano, vecino de Muskiz. El barco navegaba regularmente entre Muskiz, Santoña y Suances. ¿Podría ser la inscripción del apellido Llano fruto de la mano de Nicolás? ¿Es alguno de los barcos de San Julián el San José / Los Cuatro Hermanos? Quizás nunca lo sepamos, pero abre una interesante posibilidad.
Sea como fuere, los grafitos de San Julián, enmarcados además en el conjunto de exvotos de San Julián-Pobeña, nos ofrecen un patrimonio marítimo único por su variedad, riqueza y significado, que aun planteando más preguntas que respuestas, abren un terreno magnífico para la investigación histórica. Los exvotos marineros, lejos de su concepción ornamental, atesoran en su interior no solo parte de la memoria de nuestros ancestros, sino una carga emocional y sentimental de la que carecen otros elementos artísticos.
Merece la pena escuchar a los que nos precedieron, compartir sus miedos y sus triunfos, mientras admiramos un bello quechemarín izando las velas y descendiendo majestuoso por el río Barbadun, al encuentro quizás de la fortuna o la calamidad, pero sin ninguna duda a marcar el rumbo de nuestra memoria como pueblo marítimo.
Detalle de algunos motivos grabados en la puerta antes de su restauración.Léxico marítimo
Abarloarse: Colocar un buque con uno de sus costados junto al de otro buque o muelle.
Alcázar: Cubierta trasera del barco, en el castillo de popa. Se trataba de la cubierta más elevada del barco, reservada para uso del capitán y oficiales.
Aleta: Zona curva del costado de un barco contigua a la popa.
Baluma: Lado o caída de popa de una vela de cuchillo o cualquier otra triangular.
Bauprés: Palo grueso que sale de la proa en mayor o menor ángulo. A él se hacen firmes los estayes del trinquete y amuran los foques.
Botalón: Palo complementario al bauprés.
Catabático (vientos): Vientos descendentes por laderas de montañas o cañones entre estas, de dirección e intensidad variables.
Cofa: Plataforma entre las diferentes secciones del palo o mástil de una barco. Servía para aferrar los obenques correspondientes y como punto de vigía para la marinería.
Esquife: Embarcación ligera, usada como auxiliar.
Estay: Cabo o cable que sujeta un palo o mastelero para que no caiga hacia popa y toma el nombre de aquel al cual pertenece.
Flechastes: Cada uno de los peldaños de cabo que unidos a los obenques permite formar una escala para ascender a los palos.
Foque: Vela triangular que se larga en el bauprés y en el trinquete.
Gavia: Vela cuadra que se larga en un mastelero.
Gavia volante: Vela cuadra que se larga de manera excepcional, no fija.
Largo (amarra): Cable o cabo que partiendo de la proa o de la popa amarra el buque a tierra.
Mayor: Palo o mástil principal de un barco.
Mastelerillo o mastelero de gavia: Segundo tramo del palo de un barco, inmediatemente superior al palo macho.
Mesana: Tercer palo o mástil. Último de un barco visto de proa a popa.
Obenque: Cable que sujeta los palos a los costados del barco y que permite, junto a los flechastes, formar una escala para ascender a los palos.
Palo macho: Primer tramo del mástil de un barco desde la cubierta.
Patache: Pequeña embarcación aparejada como bergantín-goleta.
Popa: Extremo posterior de un barco.
Roda: Prolongación de la quilla en la proa del barco. La roda es la encargada de dar consistencia a la proa y soporta la presión del mar en navegación.
Través (cabo): Línea o cabo que aferra el buque perpendicularmente a su costado.
Viento portante: Viento que empuja al barco desde su popa o aleta.
Sprin o spring: Cabo de amarre dado por proa o popa a su dirección contraria.
Toldilla: Parte trasera, más a popa, del alcázar.
Trinquete: Primer palo o mástil, visto de proa a popa, en barcos de tres palos.