Desde la atalaya de San Julián
Iglesia, concejo, mareantes, puerto... y patronos
Don Sancho Ortiz Marroquín fue criado desde pequeño de don Diego López el Bueno, Señor de Vizcaya. E por muchos serviçios que le fizo en toda su moçedad, espeçialmente en la batalla… de las Navas de Tolosa, diole los monesterios de Sant Julián de Musques e de Sant Román de Çierbena e la prebostad e peaje del puerto de Sant Martín, que son en Somorrostro.
Sucedía esto hacia 1212. Sancho Ortiz Marroquín recibía entre otras cosas el monesterio de San Julián. O lo que es lo mismo, el patronato de la iglesia: él cobraría los diezmos del templo a cambio de mantenerlo y pagar a sus curas. Pero el patronato no era solo una cuestión económica. El patrón era quien nombraba a esos curas, lo que le permitía colocar como tales a partidarios o familiares, facilitando el control social de sus feligreses: desde el púlpito era fácil adoctrinar y, si fuera necesario, condenar con la justicia divina, por aquel entonces tan eficaz como la civil. Y el patrón utilizaba la iglesia como escaparate de su preeminencia social: sus escudos estaban en las paredes o retablos, su asiento era el más próximo al altar, él era el primero en tomar la comunión y en las procesiones... Así pues, no solo era dinero: era también control y representación del poder señorial. Algo fundamental para los parientes mayores de los linajes al final de la Edad Media. Muy pronto el patronato pasaría, por vía matrimonial, a los Muñatones, de estos a los Salazar y finalmente a los marqueses de Villarías. Estos dos últimos, por cierto, propietarios sucesivos de la Ferrería de El Pobal.
La de San Julián era entonces la única parroquia del municipio. Y el referente para toda su población. Su signo de identidad. De hecho, era la que daba nombre al pueblo: era el Conçejo de San Julián de Muskiz. En ella se realizaban las asambleas vecinales y los actos públicos importantes. Como cuando en 1716 se reunieron los vecinos para redactar las ordenanzas sobre el uso del puerto de Lavalle:
en el puesto del Cruzero de este conzejo de San Julian de Musques… que es el sittio lugar donde tienen de costumbre de ynmemorial tiempo a esta partte juntarse los vezinos cavalleros escuderos hijosdalgo de dicho conzejo para tratar y comferir las cossas combenientes a el servizio de Dios nuestro señor y de la cattholica y real magestad nuestro rey y señor (y al) vien y utilidad de los dichos vezinos .
El Cruzero no era entonces el lugar que hoy lleva ese nombre, sino la cruz que aún se alza a los pies de la iglesia de San Julián. Una obra de hacia 1550 en la que bajo las habituales imágenes de Cristo y la Virgen aparecen las de otros dos personajes, quizás San Julián y su compañera Santa Basilisa. Y la iglesia era también sede de la principal institución económica del municipio: la Cofradia de Mariantes de el Señor San Nicolas, sitta en la yglesia parrochial de este conzejo. Las otras parroquias del pueblo, San Juan del Astillero y San Nicolás de Pobeña, se construirían mucho más tarde, ya en el siglo XVIII. Y más que por una verdadera necesidad religiosa fueron levantadas por una competencia por la preeminencia social de los la Quadra –sus promotores– con los Salazar: aquellos también querían tener «su» iglesia. Pero a pesar de estos nuevos templos, San Julián siguió siendo la iglesia matriz, la cabecera de la que dependían las otras.
Los patronos debían sostener el edificio y a sus sacerdotes, pero parece que los Salazar no llevaban muy bien estas obligaciones. Las quejas de la feligresía y el Ayuntamiento sobre el descuido de la iglesia y de los curas sobre sus sueldos fueron habituales, llegando frecuentemente a los tribunales. De hecho, en 1720 el corregidor –una especie de gobernador civil– ordenó la inspección del templo y hallose que estava en el mas miserable estado, y con una suma indecencia, por lo cual ordenó el secuestro de dos tercios de los diezmos para poder repararlo.
El Concejo, por su parte, trató de ayudar a mantener el templo. Parece que hacia 1600 cedió a la parroquia una de sus fuentes de ingresos: el rentaje del puerto de Lavalle. Es decir, lo que se cobraba por pesar el mineral de hierro que se exportaba a través del puerto. Para ello la parroquia tenía allí dos balanzas que se ocupaba de mantener siempre a punto. Este derecho sería recuperado por el municipio a mediados del XIX, no sin oposición por parte de la Iglesia.
Pero los litigios con los patronos no sólo afectaban al mantenimiento de templo y sacerdotes. Ni el vecindario ni el clero soportaban los honores y preminençias de los Salazar. Sobre todo, no veían con buenos ojos la existencia de una silla especial para el titular de la familia, más cercana al presbiterio –o lo que es lo mismo, a Dios– que los bancos donde se sentaba el resto de la feligresía.
Esto en realidad era común a todas las iglesias de patronato. Pero es que en San Julián el asiento estaba sobre el mismo ábside y a la misma altura que las sillas de los curas, algo nada habitual. De hecho, y dado el reducido tamaño de la cabecera del templo, se habían tenido que rellenar los escalones sobre los que se elevaba el presbiterio para crear una plataforma sobre la que asentar con toda seguridad y desençia la silla en cuestión. Y además junto a ella había una tarima o estrado con alfombra y almohadas donde se colocaban las mujeres del linaje reclinadas, a la moda morisca –no sentadas–. Algo que no sabemos que hubiera en ningún otro templo vizcaíno.
Así que en 1649 autoridades y vecindario unidos retiraron silla y tarima y pusieron un rretulo sobre una puerta por de dentro llamándose patrones. En concreto el rótulo decía: Esta yglesia y sus capillas an fabricado y sustentado desde su primera fundación asta oy los veçinos deste Conçejo como dueños della. Así pues, ponían en tela de juicio el patronato de los Salazar. Como «acto de propiedad» pintaron en las paredes del templo el escudo del Concejo: un castillo de tres torres con un perro colgado de su puerta, a un lado un león rampante y al otro lado otro león o dos lobos sobre un árbol –como en el escudo de Bizkaia–, y como remate una corona y un garrote. También se pintó sobre la puerta de los pies otro escudo que representaba un navío altas las bergas en alto. Probablemente era el símbolo de aquella Cofradia de Mariantes de el Señor San Nicolas. Además, añadieron en la cabecera el escudo de San Pedro, quizás apelando a la protección de la Iglesia: En quadro y campo blanco dos llaves y una mitra encima.
Ante tamaño insulto los Salazar interpusieron una denuncia y desde la Chancillería de Valladolid, el tribunal superior para los pleitos de Bizkaia, se mandó un juez pesquisidor. El juez dio la razón al linaje y condenó severamente a los presuntos responsables, los miembros del Ayuntamiento. A Sancho de Musques se le impuso una multa de 100.000 maravedíes –una verdadera fortuna– y cuatro años de destierro a más de cuatro leguas (unos 22 kilómetros) de Somorrostro. Otros cinco vecinos tuvieron que pagar 10.000 maravedíes y sufrir dos años de destierro a más de dos leguas, tres más, 6.000 maravedíes y un año de destierro de Muskiz. Y además tenían que pagar las costas del juicio, que no serían baratas. Un castigo ejemplar.
Y por supuesto se ordenó borrar el rótulo alusivo al patronato concejil y todos los escudos. Y recolocar la silla y la tarima. Terminado todo el proceso Antonio José de Salazar Muñatones acudió a la iglesia y se sentó en su silla, donde estuvo un gran rato. Sin duda disfrutó de su triunfo.
Nos hemos detenido en este asunto porque más allá de su interés intrínseco nos ofrece un dato importante: nos describe el primitivo escudo del municipio, (el actual es el que hacia 1900 Labayru describía como propio del linaje –no municipio– de Muzquiz).
Un escudo que el juez ordenó borrar… pero que no se borró. Los escudos fueron tapados con yeso y, sorprendentemente, aún se conserva uno de ellos, al menos en parte: podemos verlo sobre el coro –que no existía en 1649–, en la pared Sur. Y hay que destacar que, tras los casos de Erandio y Bilbao, este es el escudo municipal más antiguo conservado en Bizkaia, un símbolo para la historia del pueblo, por lo que sería importante recuperar lo que aún se conserva.
Los escudos fueron borrados, (tapados en realidad), y la silla y tarima repuestas. Pero los ánimos siguieron caldeados: los ataques contra estos símbolos se repitieron aunque siempre seguidos de pleitos que ganaban los Salazar. Finalmente, en 1751 el Real Consejo decidió que el patronato de Muskiz era propiedad real y no de particulares. Otra vez protestaron y litigaron largamente los Salazar –ahora con la Corona–, en esta ocasión sin éxito. El nuevo patrono era el rey. Pero de poco sirvió al Concejo, ya que el monarca cedió sus derechos a otros particulares: primero a Juan de Escóiquiz, canónigo que fuera preceptor de Fernando VII, después nuevamente a los Salazar durante tres generaciones, y finalmente a la Casa de Misericordia de Bilbao.
La relación entre la iglesia de San Julián, el Concejo, el vecindario, los marinos, el propio puerto y la exportación de mineral es evidente. En un tiempo en que las diferencias entre lo religioso y lo laico, lo personal y lo profesional eran menos marcadas que ahora, el templo era el símbolo de todo y de todos. Apostaron por sostenerlo económicamente, pero fue también el lugar donde defendieron el igualitario concepto de la hidalguía universal que el fuero de Bizkaia refrendaba, y que los patrones parecían no acatar.
La identificación entre Concejo y templo llegó al extremo de que aquel reclamó su patronato y lo marcó con su escudo.
Arte y devoción
Las imágenes de barcos grabadas en las puertas de la iglesia de San Julián son un elemento único en Bizkaia y escaso en el resto de la cornisa cantábrica. Sólo por ello este templo merecería una especial consideración. Pero es que no es este el único valor del edificio. Por un lado, ya hemos visto que la iglesia de San Julián es un elemento imprescindible para entender la historia de Muskiz. Por otro, es, en sus modestas dimensiones, un edificio de calidad, podríamos decir que de pretensiones, tanto arquitectónicamente como por su mobiliario. Y por eso nos resulta sorprendente su actual estado de semi ruina: casi la mitad del templo ha perdido tejado, bóvedas y buena parte de sus muros.
Al acercarnos a ella llama la atención el contraste entre el material de la parte caída, de buena sillería, y el de la que se mantiene en pie, en mampostería encalada, aunque también usa sillares en esquinas, puertas y ventanas. Una diferencia que nos habla de distintas fases en la construcción del templo. Adelantemos ya, para que se pueda comprender mejor la descripción del edificio, que hubo una primera etapa, hacia 1500 y en estilo gótico, en la que se levantó aproximadamente la parte que se mantiene en pie. Un siglo después, en estilo renacentista, se ampliaría la iglesia con la zona hoy derrumbada. Aún más tarde, ya en el XVII, se abovedaría todo, se abrirían ventanas y se levantarían el coro y la torre. Una iglesia construida a saltos –como casi todas–.
La parte útil del edificio da sensación de solidez constructiva, con robustas pilastras cruciformes, que sirven de arranque a unas bóvedas de crucería de complicados nervios. Las claves –las piezas redondas en las que se unen los nervios– son lisas, aunque en otro tiempo estarían pintadas, como la totalidad de los techos y paredes. Se pueden detectar varias capas sucesivas de policromía, pero parece que la más antigua es la que se corresponde a una falsa sillería sobre la que discurren motivos geométricos y vegetales que recorren algunas paredes y las bóvedas. Y el escudo del Concejo pintado allí en 1649. Más tarde estas pinturas serían cubiertas por otras o sencillamente por capas de yeso.
Al templo se puede acceder por dos portadas. La de los pies es la más antigua, gótica, apuntada, de tres arquivoltas molduradas, de hacia 1500. La otra puerta, al sur, es adintelada recorrida por molduras lisas y con los ángulos superiores resaltados mediante «orejas». Es ya barroca, del XVII, pero en realidad sucede a otra puerta que sería en arco, de la que se han reaprovechado algunas piezas en el arco de descarga que tiene encima (donde, por cierto, se utiliza de relleno un trozo de una ventana geminada apuntada, gótica). Es esta puerta la que conserva las hojas de madera, en las que fueron grabados los grafitos de barcos y otros motivos.
Se ilumina la iglesia con numerosas ventanas, adinteladas en su mayoría. Las dos del coro tienen en su interior unos asientos tallados en las jambas, que nos hacen suponer que serán las más antiguas del templo, de hacia 1500, y que en el XVII fueron modificadas para hacerlas iguales a las nuevas.
El coro se levanta en el último tramo de la iglesia, soportado por unas pilastras que lo dividen en tres tramos. Su parte inferior repite las bóvedas de crucería, ahora sí con las claves pintadas.
La torre se alza a los pies, con un cuerpo bajo, en sillería, que hace de porche abierto en arcos de medio punto y cubierto con bóveda de crucería. La clave se decora con un relieve de un cáliz y una hostia entre dos hojas de sauce, quizás una lejana alusión a los Muñatones, antiguos patrones, cuyo escudo estaba formado por diez de estas hojas.
En el interior de esta torre encontramos, embutida en la pared, una antigua espadaña de tres huecos de medio punto: es el anterior campanario de la iglesia. Una vez más se entremezclan las diferentes fases constructivas del templo.
De nuevo al exterior, dos relojes de sol y una cornisa bastante saliente dan paso al último cuerpo de la torre, en el que se abren los huecos en medio punto que alojan las campanas.
Alrededor del edificio quedan los restos de un pórtico. Pilastras de piedra, unidas en otro tiempo por un murete –aún queda algo al norte– sostenían una tejavana ajustada bajo un vierteaguas que quedaba a la altura de las ventanas, cortándolas por la mitad (lo que deja claro que estas son anteriores al pórtico).
Hubo una sacristía al menos desde el siglo XVI, pero en 1830 estaba en tan mal estado que se optó por hacer otra adosada al lado sur, en el primer tramo, hoy desaparecida. Pero algo queda de la sacristía vieja, como dicen los documentos: un espacio de planta poligonal pegado a la cabecera, en la que aún vemos los arranques de las bóvedas y los restos de pinturas en sus paredes. Y una pila para lavarse las manos, último resto de lo que debió ser un aguamanil.
La historia de la iglesia de San Julián es similar a la de otras muchas de Bizkaia. En 1212, cuando su patronato fue cedido a Juan Sánchez Marroquín, habría aquí un templo románico. Pero fue rehecho en torno a 1500, en una etapa de crecimiento demográfico que exigió la construcción de templos más grandes, lo que se pudo hacer gracias a la enorme riqueza que el comercio y las ferrerías estaban proporcionando al territorio.
De los primeros años del siglo XVI serán la portada de los pies y su espadaña –se trabajaba en ella en 1503–, parte de los muros, los asientos interiores de las ventanas del coro y algún elemento reutilizado, como el remate de ventana geminada apuntada que asoma encima de la portada sur. Pero la iglesia debió quedarse pequeña, y a fines de aquel mismo XVI se amplió por la cabecera, añadiéndose el primer tramo y un nuevo ábside.
Estas serían las dos grandes etapas constructivas del edificio. Pero con posterioridad se irían añadiendo detalles. Ya en el XVII se abovedaría el templo, se construirían los contrafuertes exteriores y se transformaron la puerta sur y las ventanas. Sin salir de ese siglo se construyó el coro. Y en 1686 el cantero cántabro Francisco de La Pedrosa levantaba la torre. Durante el XVIII y XIX se sucederían las reformas y arreglos, pero ya apenas cambiaría la imagen del templo, salvo por la construcción de una nueva sacristía en 1830, posiblemente también cuando se transformó el pórtico.
Pero en la primera mitad del siglo XX varias circunstancias irían minando la estabilidad de la iglesia: la construcción de la carretera al sur del templo, los bombardeos durante la Guerra Civil, los corrimientos de tierras del subsuelo... Finalmente, hacia 1970, el suelo cedió, y parte del edificio se vino abajo.
El derrumbe arrastró algunos de sus retablos y otros fueron retirados. De su en otro tiempo abundante mobiliario solo quedan hoy algunas imágenes sueltas. La más antigua es una Piedad tardogótica, de hacia 1515. Las restantes tallas son barrocas: la Virgen y San José con el Niño, dos cristos Crucificados y el titular, San Julián, con una agitada capa que lo sitúa hacia 1700 –aunque repolicromado ya en el XX–.
Aún tendríamos que recordar la pila bautismal, del siglo XVI, y las dos campanas de 1802 dedicadas a San Julián y Santa Basilisa –quien en origen sería cotitular del templo–.
Y, por supuesto, un elemento mueble de singular valor: las dos hojas de madera de la puerta sur, en las que algunos muskiztarras se entretuvieron en grabar los barcos que veían en el inmediato puerto de Lavalle, junto con símbolos alusivos a los éxitos de los vecinos del lugar y algunos nombres. Algo verdaderamente excepcional en Bizkaia. No sabemos cuándo fueron colocadas estas hojas, ya que la documentación no es muy precisa. Pero por su factura y, sobre todo, por la tipología de los barcos en ellas grabados, podríamos situarlas entre mediados del XVIII y las primeras décadas del XIX.
Hoy, sin apenas uso, San Julián de Muskiz se muestra como una ruina un tanto romántica. Esperemos que su deterioro pueda ser frenado y Muskiz conserve uno de los elementos más representativos de su legado histórico.