II

Concebido por el teniente general D. Domingo Moriones el plan de la liberación de Bilbao, nada más sencillo para él que hacer una llamada a la ribera del Ebro, de los batallones carlistas que operaban en Vizcaya y Santander, para entonces volverse, aprovechando la vía férrea, por Miranda a Vizcaya y arrollar las pocas fuerzas nuestras que quedasen en dicha provincia, de las cuales había que descontar, por supuesto, las que ocupaban las alturas que rodean a Bilbao y las que vigilaban las orillas de la vía.

No era, sin embargo, la primera vez que se valía el general republicano del mismo ardid de guerra, es decir, amagar un punto para descargar sobre otro; así es que cuando advirtieron los carlistas la posibilidad del engaño, al saber por seguras confidencias el embarque de la brigada de vanguardía y de la división de Primo de Rivera en Miranda de Ebro, desandaron lo mas brevemente posible su camino.

Las tropas liberales llegaron a Santander y doblando sus marchas por la carretera de la costa cayeron sobre Salta Caballo, llave obligada para base de futuras operaciones en Somorrostro.

El general Primo de Rivera había llegado a Castro el día 14 de Febrero con unos siete mil hombres, y ordenó al jefe de su vanguardía que iniciara el ataque con sus fuerzas, siguiéndole él de cerca con las restantes, forzando el paso que guardaba, con pocas tropas, el general carlista Andéchaga.

Este ocupaba las alturas del Cuadro, Mioño y otras más cercanas con dos batallones vizcainos y algunas compañias castellanas que, a fuerza de perseverancia, había organizado el bizarro Solana; pero no eran bastantes elementos para oponerse con éxito a los enemigos. Bien es verdad que el general carlista Andéchaga había recibido aviso previniéndole, desde el día anterior, de que llegarían pronto en su auxilio siete batallones alaveses y navarros con el general Mendiry, pero de éstos no pudieron llegar a tiempo, y poco antes de terminar la acción, más que dos batallones mandados por el brigadier Berriz.

A las once de la mañana rompió el brigadier Blanco la marcha con el propósito de arrojar de sus posiciones a los carlistas, como hemos dicho, y llevarlos de carrera hacia Bilbao, dejando expeditos para el ejército liberal los pasos más dificiles que en su marcha a la villa pudieran presentársele.

Las posiciones carlistas fueron embestidas con arrojo y decisión y cañoneadas por las fuerzas de la vanguardía, simulando antes un ataque a las Muñecaz para bacer más extensa y debilitar la línea contraria. De cumbre en cumbre fueron retirándose los carlistas ante la superioridad numérica del enemigo, cañoneada también su derecha por los fuegos de la escuadra, y el combate duró hasta el anochecer, cuando solamente había llegado a las posiciones carlistas el escaso refuerzo de los dos batallones del brigadier Berriz, en cambio de otros ocho batallones que con el general Primo de Rivera habían operado su conjunción con los que mandaba el brigadier Blanco. Perdiéronse, pues, por los carlistas, Salta Caballo y Ontón, pasando a pernoctar en San Juan de Somorrostro, sufriendo pérdidas importantes; pero no fueron menores las de los liberales, quienes tuvieron 8 muertos y 66 heridos, haciendo noche en las alturas conquistadas sobre Ontón y Mioño, y algunas otras fuerzas en Castro-Urdíales.

El general carlista D. Castor Andéchaga, a pesar de su reconocida valentía y de lo bravamente que se condujeron sus batallones, no tuvo más remedio que retirarse ante la desigualdad de fuerzas y la escasez de municiones de que disponía. Creía también que las nuevas posiciones superaban a las anteriores por no tener a la espalda la ría, así es que el día 17 repasó esta y ocupó las alturas de su frente: así lo consignó de oficio, pidiendo refuerzos al jefe de Estado Mayor general.

Esta acción fue el hecho preliminar, digámoslo así, de las operaciones que se sucedieron después, porque ninguno de los dos ejércitos había concluido de concentrarse todavía.

Pero antes de seguir adelante forzoso es que designemos siquiera de nombre los puntos donde habían de librarse los subsiguientes combates.

A partir de Somorrostro se presentan dos cadenas de montañas que limitan el pequeño valle; a su derecha los montes de Cotarro y Triano, de la cordillera de Galdames; por la izquierda el Lucero y Pico del Montaño, que forman parte de la sierra de Serantes, cuyas últimas estribaciones concluyen en la ria. La carretera de Castro a Portugalete corre casi paralela al mar pasando por Mioño, Ontón, Somorrostro, las Carreras y Nocedal: desde este punto va otra que muere en Bilbao; esta misma carretera se bifurca en Santelices (barrio, puede decirse, de Somorrostro) y por Memerea y Mercadillo termina en Valmaseda, unida con la carretera directa desde Castro a este punto. Los pueblos y caserios intermedios, a partir de la costa, son San Mamés, Murrieta, San Pedro Abanto, las Carreras, Santa Juliana, Pucheta y las Cortes. A la espalda de Somorrostro figura el Monte Janeo, y a su pie las aldeas y caserios de Muzquiz, Revilla, Somorrostro, Sanfelices y Memerea.

Hecha esta ligera reseña, sólo nos resta añadir que los carlistas habían sido reforzados el 16 con tres batallones castellanos mandados por el general Velasco, que se situaron en las Muñecaz; y que el general Mendiry con siete batallones y el general Andéchaga con tres, ocuparon las alturas y caserios comprendidos entre Montaño y el pico de las Cortes, casi en semicírculo, atrincherándose sólidamente en sus posiciones, asi como el batallón aragonés con el general Lizárraga y cuatro batallones navarros y cuatro cañones de montaña que llegaron al día siguiente con el general don Nicolás Ollo, quien, como más antiguo, asumió interinamente el mando en jefe, cuidando prolijamente de la mejor y más oportuna situación de las tropas; estableció fuertísimas trincheras para resguardarse del fuego de la numerosa artillería liberal; situó su cuartel general en San Salvador del Valle y alli dió una larga orden general al ejército, la cual sentimos no poseer por creerla un acabado modelo y la mejor de cuantas hemos conocido en nuestra larga carrera militar. En dicho notabilísimo documento detallaba el inolvidable caudillo, con precisión matemática, las posiciones que cada batallón tenía encargo de defender, las que debían ocupar, caso de ser aquellas tomadas por el enemigo, las fuerzas de refresco que habían de ayudar y relevar a las cansadas, la distancia a que había de romperse el fuego, A las órdenes de los jefes y oficiales, para evitar el inutil consumo de las escasas municiones de que se disponia, y, en fin, marcaba expresamente todo cuanto correspondía a cada uno de los comandantes de división y de brigada.

Dicha orden general, repetimos, bastaría por si sola para acreditar la pericia y altas dotes de un comandante en jefe, y ya querríamos poder reproducirla aquí; pero únicamente conservamos la orden relativa a los fuegos, la cual decia así:

    «Orden general del 9 de Febrero de 1874, en San Salvador del Valle.
    Estando atrincheradas todas nuestras fuerzas que ocupan la primera línea de nuestras posiciones, prohibo absolutamente, y los jefes de los cuerpos serán responsables, que se rompa el fuego a más distancia que a cien metros, y esto en el caso de que el enemigo se presente en el orden cerrado, pues haciéndolo en el abierto ó de guerrillas debe despreciarse, aunque la distancia sea de veinte pasos; porque mucho más nos hemos de hacer respetar conservando nuestras municiones, que consumiéndolas inútilmente, y en último caso haremos uso do las bayonetas para rechazarlos y obtener una victoria que de seguro ha de conducir a nuestro Soberano al sólio de sus mayores. Los jefes leerán esta orden general a sus respectivos batallones.
    El general comandante general interino.- Nicolás Ollo."

Tenemos una indecible satisfacción en consignar la opinión que el general carlista Ollo merecía al entendido y valiente general liberal D. Pedro Ruiz Dana, quien en sus Estudios sobre la guerra civil del Norte desde 1872 a 1876, dice lo siguiente: "A principios de 1873 la principal partida de la zona de que me voy ocupando (Navarra) estaba mandada por Ollo, en quien concurrían tales cualidades, que hay que reconocer era una especialidad para aquel género de guerra: encontrándose vivamente perseguido en las Amézcoas por dos columnas, la misma noche que éstas ocupaban (Chavarri y Galdeano), a las diez de ella pasó a la desfilada entre los dos pueblos, sin que ni una de aquellas columnas tuviera el menor conocimiento de su atrevido paso.»

Don Carlos de Borbón, deseoso, como siempre, de compartir con sus bravos voluntarios los peligros y las fatigas de la guerra, llegó a la línea de Somorrostro acampañado del general Dorregaray el día 18, y se situó en las Cruces, para desde dicho punto poder acudir con igual facilidad al cerco de Bilbao y a las tropas que habían de disputar el paso al ejército liberal.

Por su parte el teniente general Moriones había sumado sus fuerzas con las del general Primo de Rivera y el 19 ocupó San Juan de Somorrostro, en donde estableció su cuartel general, dejando a la brigada de Tello encargada de mantener las comunicaciones con Castro; establecióse en dicho día y siguientes en una extensa línea que abarcaba desde Peña Corbera hasta la venta de Poval, frente al pico de las Cortes; construyó en Monte Janeo fuertes baterías artilladas con cañones Krupp de a 8 y 10 centimetros de calibre destinadas a romper la línea carlista durante los combates sucesivos, y cuyos fuegos solamente podían ser contrarrestados por parte de los carlistas con el de ocho piezas de montaña, cuatro de la batería de Navarra mandada por D, Alejandro Reyero, y otras cuatro de las secciones de Alava y Guipúzcoa, mandadas por D, Javier Rodriguez Vera, las cuales habían de hacer frente no sólo a las baterlas de Monte Janeo, sino que también a las emplazadas por el enemigo para batir Montaño y San Pedro Abanto, eficazmento ayudadas por los gruesos cañones de la escuadra que batían la derecha carlista.

El plan del general Moriones era atravesar la línea nuestra por su centro y abrirse paso a Portugalete, y previo Consejo de oficiales generales, dió sus órdenes para que el día 24 se rompiera el fuego por sus baterías en toda la extensión de la línea carlista, principalmente por su extrema izquierda que ocupaba la brigada Berriz, contra la cual se destacaron algunos batallones en son de reconocimiento. Los carlistas aguardaron cada cual en su respectivo puesto, decididos a mantenerse en ellos a toda costa, a pesar del horrible fuego de la artillerla enemiga que destrozaba los parapetos y causaba grandísimas bajas. Pero como los carlistas no disponían de los cañones necesarios para contestar al vivo fuego que hacían los de los liberales, se reservaban firmes en sus posiciones para cuando avanzaran las columnas de infantería del ejército republicano.

Aquel día no era, sin embargo, el destinado para dar el empuje decisivo. Este se verificó al siguiente, el 25.

El general en jefe carlista Ollo, que dirigla la batalla, se colocó en San Fuentes; el general Andéchaga a vanguardía; el general Mendiry en el centro; el general Velasco en las alturas de Galdames con tres batallones castellanos, y el general Lizárraga a retaguardía con el batallón de aragoneses, otro guipuzcoano y dos navarros.

A las nueve de la mañana, previo un violento cañoneo a toda la línea carlista, salieron los liberales de San Juan de Somorrostro, atravesando la ría por la izquierda o sea hacia Montaño, que era su objetivo principal, porque sin dominarlo no podían dominar las carreteras que conducían A Bilbao. Moriones lanzó la división de Andía con siete batallones hacia dicho punto: la división de Catalán se dirigió hacia San Pedro Abanto y Santa Juliana; y la división de Primo de Rivera marchó hacia la extrema izquierda carlista. Al mismo tiempo rompía la escuadra el fuego sobre Montaño, y desde las once de la mañana hasta las cuatro de la tarde no cesó un momento el cañoneo, así como el avance y retroceso de las fuerzas liberales rechazadas en toda la línea, aunque fue tal la decisión del enemigo que en las primeras horas pudo avanzar algo, ocupando el general Catalán el castillo viejo de San Martin, así como el general Andía algunas casas de las laderas del Montaño, y llegando el general Primo de Rivera hasta las Carreras; pero el imperturbable valor de los carlistas les impidió seguir adelante.

Al principiar el general Primo de Rivera su ataque sobre el pico de las Cortes ocurrió un incidente que pudo tener graves consecuencias, y fue que un batallón guipuzcoano se retiró de los parapetos que tenía encargo de defender, abrumado por el diluvio de proyectiles de cañón que arrojaba el enemigo; pero advirtiendo dicha retirada el brigadier Berriz, se puso al frente del batallón mas próximo, que lo fue el primero de Alava, y en un impetuoso ataque a la bayoneta volvió a recuperarse la posición, estableciéndose sólidamente en ella y restableciendo el honor de las armas.

Don Carlos de Borbón, que ya había presenciado desde la llanura delante de San Fuentes el fuego del día 24, al ver que el 25 se formalizaba la acción, acudió con el general Dorregaray a la línea de combate: los solemnes acordes de la Marcha real resonaron en el fragor de la batalla, y allí, sirviendo con su brillante Estado Mayor de blanco a numerosos disparos enemigos, vióse aclamado no solamente por sus bravos y leales voluntarios, sino que también por soldados republicanos, prisioneros en las célebres cargas a la bayoneta de aquella memorable jornada, pues los carlistas no se contentaban con responder con certero fuego a sus contrarios, a menos de cien metros (según lo ordenado por el general Ollo), sino que, para ahorrar municiones, salian de los parapetos librándose multitud de combates al arma blanca que dirigían con su acostumbrado arrojo Andéchaga, Radica, Alvarez, Rodríguez y tantos otros jefes de no menor bizarría.

Comprendiendo, el general Moriones, por las numerosas bajas que había sufrido su ejercito, que no podía lograr el plan que se había propuesto, toda vez que no había podido avanzar por su centro ni por sus alas, ordenó la retirada de sus tropas, que volvieron aquella noche a repasar la ría y acantonarse en San Juan de Somorrostro.

La batalla, por tanto, había sido ganada por las precisas órdenes y acertada dirección del insigne general D. Nicolás Ollo, admirablemente secundado por los demás generales, jefes, oficiales y voluntarios del ejercito carlista, cuyos distintos cuerpos rivalizaron todos en valor y entusiasmo, y Don Carlos de Borbón premió la pericia de Ollo concediéndole merced de título de Castilla con la denominación de Conde de Somorrostro.

Las tropas carlistas sufrieron unas seiscientas bajas; las del ejercito liberal llegaron a dos mil, contándose entre sus heridos al brigadier Minguella, y entre sus contusos al general Primo de Rivera.

EL general en jefe republicano, a cuyo valor no podemos menos de hacer cumplida justicia y a quien no podían negársele relevantes dotes militares, confesó modestamente su derrota en aquel célebre telegrama que dirigió al Gobierno diciendo: "EI ejército no ha podido forzar los reductos y trincheras carlistas, y su línea ha quedado quebrantada. Vengan refuerzos y otro general a encargarse del mando."

Nada menos que el Jefe supremo del Estado republicano, el capitán general Duque de la Torre, fué el encargado de sustituir al teniente general Moriones, llegando a Santander el día 28 acompañado del ministro de Marina D. Juan Bautista Topete, y habiendo antes acordado con el ministro de la guerra, Marqués de Sierra-Bullones, el inmedíato envío de numerosos refuerzos que fueron llegando con pasmosa actividad y que consistieron en diez mil hombres, cinco baterías de cañones de a 10, 12 Y 16 centímetros, otras dos baterias Krupp y tres de montaña.

El día 8 de Marzo dióse una nueva organización al ejército liberal, del cual fué nombrado Jefe de Estado Mayor el general López Dominguez, y que se dividió en dos cuerpos al mando de los generales Letona y Primo de Rivera, y dos brigadas de vanguardía a las órdenes de los brigadieres Blanco y Chinchilla; el primer cuerpo constaba de dos divisiones mandadas por los generales Andía y Catalán, y el segundo cuerpo estaba también formado por dos divisiones, a cuyo frente figuraban los generales Serrano Acebrón y Morales de los Rios; a estas tropas se agregaron después, las que de Guipúzcoa llevó el general Loma, y entre todas formaron un total de cuarenta batallones, cinco baterias Krupp y seis de montaña, sin contar las de posición situadas en Monte Janeo y Peña Corbera, y las fuerzas de Ingenieros, Guardía civil y Caballeria, afectas al Cuartel general.

Nada hablaremos abora de los diversos proyectos de los generales liberales; porque ya hemos indicado que las refiexiones tácticas y estratégicas las dejamos para el tercer periodo de este trabajo, con el fin de no interrumpir la narración de los combates de Marzo y Abril.

El ejército carlista, por su parte, comprendiendo la nube que era de esperar se le fuera encima, procuró aumentar sus contingentes aprovechándose del abandono de Tolosa por los liberales, y por tanto hizo marchar a Somorrostro cuatro batallones guipuzcoanos, algunos navarros que se iban organizando y dos alaveses, únicas fuerzas de que por el momento se podía disponer sin desamparar Estella, Bilbao y el posíble flanqueo por Galdames y Portugalete, y acaso por Vitoria ó por el mar.

El ejército carlista, a las órdenes del general Ollo, el vencedor de Moriones, se reorganizó y estableció en posiciones de la manera siguiente: El general Andéchaga con los batallones 1º de Castilla, de Arratia y encartados, ocupaba la extrema derecba, es decir, Ciérvana y las posiciones inmedíatas: la primera brigada, de Zalduondo, con los batallones 1º y 5º de Navarra, en Sanfuentes: la segunda brigada, de Radica, con los batallones 2º y 7º de Navarra, en la carretera próxima: la tercera brigada, de Yoldi, con los batallones 3° y 6º de Navarra, en Santa Juliana: la cuarta brigada, de Goñi, con los batallones 4º de Navarra y 2º de Alava, en Nocedal: la quinta brigada, de Alvarez, con los batallones 3º y 4º de Alava, en San Pedro Abanto: la sexta brigada, de Zaratiegui, con los batallones 3º y 4º de Castilla, en los parapetos detrás de Santa Juliana: la séptima brigada, de Berriz, con los batallones 2º de Castilla y 3ª de Guipúzcoa, en Pucheta: la octava brigada, de Aizpurúa, con los batallones 7° y 8° de Guipúzcoa, en las Cortes: el general Velazco al mando de las brigadas séptima y octava se encargó de la extrema izquierda de la línea: el 4° batallón guipuzcoano se situó en Portugalete, y a las órdenes del marqués de Valde-Espina quedaron siete batallones vizcainos para contener las salidas que pudiera intentar la guarnición de Bilbao.

El ejército liberal apoyaba su izquierda en Poveña y Muzquiz, extendiéndose por Somorrostro, La Cuadra, La Rigada: fuerzas acampadas ocupaban las alturas de la derecha del ejército, y en el alto de Arenillas se estableció una batería de a 10 centímetros. Cinco batallones mantenían la línea de comunicaciones en la Concepción y Ontón, y desde Laredo a Santoña se situó un cuerpo de reserva a las órdenes del general Loma, compuesto de una brigada y una división del segundo cuerpo.

Mientras organizaba sus futuros ataques el Duque de la Torre, ocupábanse los batallones carlistas en mejorar sus defensas, erizándolas de parapetos más reducidos, con el fin de presentar el menor blanco posible a la formidable artillería liberal, y la práctica les llevó a construir zanjas que evitando el relieve disminuían las probabilidades de acierto a los artilleros enemigos: el teniente coronel de ingenieros D. José Garin dió la ultima mano al proyecto, y unido esto al pié forzado de tirar a cortísima distancia, con lo cual se ahorraban municiones a la vez que se aprovechaban más los tiros, resultaban las líneas de atrincheramientos carlistas convertidas en un campo casi del todo inexpugnable.

Asi transcurrió desde últimos de Febrero hasta el 25 de Marzo: los carlistas perfeccionando sus posiciones defensivas, y los liberales trazando y construyendo baterías e ideando diferentes planes de ataque, decidiéndose por último, en Consejo de oficiales generales, que el cuerpo del general Loma efectuase un desembarco en Algorta, a la vez que el ejército de Somorrostro intentaba romper la línea carlista.

En efecto, el día 19 se embarcaron las tropas de Loma, dirigiendo personalmente la Escuadra el Ministro de Marina, vice-almirante Topete, y llegó antes de amanecer al abra de Bilbao. Pero como el ejército de tierra no debía romper el fuego hasta tener noticias de la Escuadra, y ésta tuvo que regresar por el mal cariz que presentaba el mar, ambos ejércitos estuvieron preparados y contemplándose en sus posiciones; a excepción de algunos batallones carlistas que sospechando la operación del desembarco recibieron orden de reforzar Portugalete y Algorta, así como contener, si era preciso, las salidas que pudiera intentar la guarnición de Bilbao.

El General en jefe liberal no podía resignarse a renunciar al plan del desembarco, así es que estuvo dos o tres días esperando a que mejorase el estado del mar; pero a pesar de haber esto sucedido, y sin duda por dificultades de la Escuadra, decidióse al fin a embestir por tierra y de frente los atrincheramientos carlistas.

En su consecuencia y resuelto el ataque para el día 25, se ordenó al general Primo de Rivera que atacase la izquierda carlista para de este modo proteger el avance por San Pedro Abanto. De la derecha carlista se encargó el general Letona, y del centro el general Loma. La marina, al mismo tiempo, debía ayudar eficazmente a Letona, con sus fuegos de flanco sobre las trincheras del Montaño.

A las siete de la mañana, y protegidos por el vivísimo fuego de sus baterías de posición, rompieron la marcha simultáneamente las fuerzas liberales. Apercibidos convenientemente los carlistas esperaron firmes en sus zanjas el ataque comenzado, recibiendo al enemigo con un nutrido fuego en toda su línea.

Empezaba, pues, la famosa batalla de los tres días.

Con ímpetu sin igual lanzaronse los diez y seis batallones del general Primo de Rivera sobre las escasas fuerzas carlistas, que no eran más, como hemos dicho, que los batallones del brigadier Berriz y los que bajaron a sostenerle mandados por el general Velasco, que, ocupaban antes la cumbre de Triano; pero por esta parte no pudieron los liberales conseguir su objeto, que era el de coronar las posiciones carlistas de la izquierda, pues solamente lograron apoderarse de las Cortes, cuya posición les resultaba insostenible a causa de hallarse dominada por las alturas inmedíatas, las cuales continuaron en poder de los carlistas. El general Letona quedó al fin de la jornada en las primeras estribaciones del Montaño, y el general Loma en Las Carreras; pero sin poder adelantar un solo paso, a pesar de lo cercano que se hallaban de su objetivo principal, poniendo la noche fin al encarnizado combate de aquel día y acampando todos en sus respectivas posiciones.

Al amanecer del 26 rompióse de nuevo el fuego, con igual tesón por ambas partes; pero con la diferencia de ser más espantoso el cañoneo a causa de haber emplazado los liberales a menor distancia algunas de sus baterías de posición, El combate continuó cada vez con mayor encarnizamiento por parte de unos y otros, pero sin adelantar nada por su frente, lo cual obligó al Duque de la Torre a reforzar su centro y su derecha. El ataque fue obstinado y sangriento: la distancia que separaba a las dos fuerzas contrarias era tan corta, sobre todo en el centro, o sea en San Pedro Abanto, que se habrían oído distintamente las conversaciones de unos y de otros, si lo hubiera podido permitir el vivísimo tronar de los cañones liberales.

Convencido el general Primo de Rivera de que no podía llenar su misión ocupando las alturas de Triano, se corrió con la mayor parte de sus fuerzas hacia el centro, dándose la mano con el general Loma, a quien también había reforzado por su izquierda el general Letona con algunos batallones, de manera que el combate principal hubo de circunscribirse al centro, y era de ver a los batallones carlistas de Santa Juliana y San Pedro Abanto, rodeados de una columna de fuego, disparar sus armas con serenidad pasmosa, defendiéndose con sin igual bizarría. No nos compete citar nombres ni unidades tácticas por temor de lastimar a los que nuestra memoria olvidase; pero no hubo uno solo que no se excediese en el cumplimiento de su deber. Al caer de la tarde, comprendieron todos que la batalla tenía que continuar, porque ni el general Primo de Rivera ni el general Letona habían avanzado sensiblemente: sólo el centro liberal había conseguido sostenerse en Las Carreras.

Reprodújose el ataque el día 27 con mayor furia, si cabe, que en los días anteriores, y con mayor tesón y valentía sostenido por los carlistas en San Pedro Abanto, Santa Juliana y las casas de Murrieta: la artillería liberal cubría con sus granadas todos los atrincheramientos nuestros, y sus baterías de las Carreras, establecidas a tiro de pistola, abrasaban, materialmente, nuestras zanjas y parapetos. Los batallones liberales, sin embargo, avanzaban paso a paso; pero al lograr, al parecer, su objeto, coronando alguna posición codiciada, veíanse obligados a retroceder de nuevo, librándose multitud de combates a la bayoneta.

No se sabía qué admirar más, si el denuedo de los republicanos o el sereno valor de los carlistas.

El mismo capitán general Duque de la Torre hubo de consignar después de oficio "que los carlistas se han defendido con una tenacidad comparable sólo a la bravura de nuestras tropas."

El distinguido jefe de artillería liberal y ex-diputado a Cortes Sr. VilIegas, en su Juicio único de la guerra civil, a propósito de esta batalla de los tres días, se expresa así: "EI fuego de nuestra artillería era poca cosa, a pesar de ser muy rápido y muy certero, para amedrentar a aquellos enemigos tan valientes y decididos que salían de sus parapetos y se descubrían para tirar mejor contra las tropas que los asaltaban... "La metralla de nuestros cañones no era suficiente a proteger nuestra infantería contra unos enemigos tan bravos y tenaces."

El mismo Duque de la Torre con su jefe de Estado Mayor, el bravo general López Domínguez, se puso valerosamente al frente de sus tropas, para animar todavía más a tan decididos acometedores; todos los jefes liberales dieron el mayor ejemplo de valor peleando en las guerrillas, pero, a pesar de su bravura y la de sus soldados, únicamente lograron al fin de la jornada de los tres días hacerse dueños de las casas llamadas de Murrieta, colocadas entre San Pedro Abanto y las Carreras.

lmposible poderse describir el tremendo fuego que por ambas partes se hacía, especialmente desde la una de la tarde hasta el anochecer. Ninguno de aquellos generales y jefes recordaba parecidas batallas. "Únicamente puede encontrarse algo semejante en la guerra de Crimea, pero sólo en la zona ocupada por la torre de Malakoff, cuando su célebre asalto," dice el general López Domínguez en su folleto sobre las batallas de la línea de Somorrostro; y la Narración militar de la guerra carlista, escrita por el ilustrado Cuerpo de Estado Mayor del Ejército, al hacer justicia a la fe y al heroismo del Ejército carlista cita, entre otros casos, el de una compañia de navarros que, ante el fuego de ocho cañones Krupp que disparaban sobre ella, trató de retirarse de Montaño, pero advertida por sus oficiales de que Don Carlos de Borbón estaba a pocos pasos, volvió a la trinchera rezando en alta voz el acto de Contrición, dispuestos a morir antes que abandonar su puesto de honor; con igual fe pelearon todos.

La artillería carlista en todas estas operaciones se portó bizarramente, dada la desventajosa situación en que se encontraba respecto a la liberal, tanto en número como en alcance y calibre de las bocas de fuego; pues dicho se está que no llegaban sus proyectiles a ofender a las baterías muy superiores establecidas en Monte Janeo, y que mientras no se pusieron a tiro sólo pudieron ofender a las columnas de asalto a San Pedro Abanto y a los que intentaron envolver su izquierda, en las alturas del brigadier Bérriz, donde el teniente coronel de artillería Rodríguez Vera cayó gravemente herido, asi como en San Pedro Abanto y Santa Juliana dos oficiales de la batería que mandaba Reyero, y bastantes artilleros.

Las pérdidas de ambos combatientes fueron enormes. Las de los liberales (según documentos oficiales) fueron en los tres días de combate dos mil doscientas cuarenta y una bajas entre muertos y heridos, contándose entre los primeros los coroneles Quintana, Trillo y Rodriguez, y figurando entre los segundos los generales Primo de Rivera y Loma y los brigadieres Terreros y Cortijo. Las de los carlistas fueron también muy numerosas: baste decir que el batallón 3° de Alava tuvo trescientos hombres fuera de combate, que el batalión 1º de la misma provincia perdió ciento ochenta, y puede calcularse que el total de nuestras bajas llegó casi a dos mil.

Las batallas de Marzo en la línea de Somonostro constituyen una verdadera epopeya; verdad es que solamente la presencia de Don Carlos de Borbón y de sus más esclarecidos generales en los puntos de mayor peligro bastaba para llenar a nuestroa bravos voluntarios de un incontrastable entusiasmo, únicamente parecido al de los rechazados, pero bravos liberales, cuando vieron desafiando la muerte a la cabeza de ellos al Duque de la Torre.

iEspañoles todos, al fin!

Convencido el Gobierno republicano de que, a pesar de los refuerzos de su ejército y del imperturbable valor de sus soldados, les era de todo punto imposible forzar de frente la línea de Somorrostro, pensaron por fin en lo que podían haber pensado desde el principio, tanto el general Moriones como el Duque de la Torre, es decir, en envolver nuestras posiciones, o por lo menos flanquearlas en terminos de obligarnos a su abandono. Muchos planes se habían presentado desde un principio, de los cuales hablaremos en la tercera parte.

Los días que transcurrieron hasta que se dió forma al nuevo plan de operaciones a fines de Abril, empleáronse por ambos ejércitos en renovar y multiplicar sus respectivos atrincheramientos, erizando de dificultades toda la extensión de sus campos, especialmente los carlistas en las avenidas de San Pedro Abanto y Santa Juliana, y los liberales en sus conquistadas casas de Murrieta y las Carreras, estableciendo fuertes baterías para el emplazamiento de sus piezas de grueso calibre.

Así es que el día 28 de Marzo y los siguientes, hasta fines de Abril, no se renovó el ataque por ninguno de los dos ejércitos, pues ambos necesitaban descansar del esfuerzo titánico que habían llevado a cabo en la siempre memorable batalla de los tres días, necesitando a la vez disponer de tiempo para enterrar los muertos de que los atrincheramientos estaban sembrados en los días siguientes a las batallas de Marzo. Únicamente los cañones de Monte Janeo hacían un fuego muy lento, para advertir a los defensores de Bilbao que aún se velaba y se pensaba en ellos. Nada decimos del sitio, por más de que su levantamiento fuera la causa ocasional de los combates pasados, pues no lo consideramos pertinente al objeto de este escrito.

Pero antes de llegar a las jornadas finales, cumple a nuestro relato dar cuenta del Consejo de Guerra de oficiales generales verificado bajo la presidencia de Don Carlos de Borbón, de la gran desgracia ocurrida al ejército carlista el 29 de Marzo y de la reorganización de ambas fuerzas beligerantes antes de las operaciones que dieron fin en Mayo a la campaña de Somorrostro.

Citados convenientemente, se reunieron en Consejo el día 28 de Marzo, como hemos indicado, los generales Elío, Dorregaray, Ollo, Mendiry, Duque de la Roca, Marqués de Valde-Espina, Lizárraga, Martinez de Velasco, Andéchaga, Benavides y Larramendi, y los brigadieres Rada, Oliver, Bérriz, Zaratiegui, Yoldi, Zalduendo, Lerga, Álvarez, Ormaecbe y Aizpurua. El anciano y caballeroso capitán general D. Joaquin Elío tomó la palabra, previa la venia de Don Carlos, y planteó la cuestión de canveniencia en levantar o no el sitio de Bilbao, o de retirar la línea de defensa de San Pedro Abanto a la de Castrejana para librar alli la decisiva batalla, o trasladar la guerra a otras provincias. El general Mendiry contestó afirmativamente a la primera pregunta, fundando su respuesta en las numerosas y sensibles bajas sufridas hasta entonces por el ejército carlista, en su difícil reemplazo y en la escasez de sus municiones. El general Andéchaga y el brigadier Bérriz opinaron en contrario, afirmando que las municiones había casi seguridad de reponerlas en día no lejano, y que hallándose a tan gran altura la moral del ejército carlista, sería un golpe acaso de muerte para la Causa emprender una retirada, estando tan elevado el espiritu de sus jefes, oficiales y voluntarios, máxime no habiendo sufrido ninguna derrota. Puesto el asunto a votación, y a pesar del voto negativo a continuar en la línea de Somorrostro, emitido por la mayoría de los reunidos, tomó el general Elío la palabra para manifestar que, en vista de las razones expuestas por la minoría, se adhería a ella, habiéndose puesto en estado de defensa otra línea desde Algorta a Banderas y Santo Domingo, y dióse por lo tanto, la orden para extremar la resistencia y continuar defendiendo las líneas desde Montaño a Triano.

El día 29 fue un día de luto para el ejército carlista: una granada disparada desde Monte Janeo hizo blanco en un grupo de generales que había salido a recorrer las posiciones, hiriendo de muerte al general Ollo, al brigadier Rada, al auditor de Navarra Escudero y levemente al coronel Torrecilla. El caudillo navarro falleció aquella misma noche, y el heróico Radica al día siguiente en el hospital de Santurce. No tenemos palabras para ponderar lo sensibles que fueron para nuestro ejército la muerte del ilustre y modesto general y la del insigne y bizarro guerrillero de Tafalla. Han pasado veinte y dos años, y al recordar tan inmensa desgracia aún asoman las lágrimas a nuestros ojos, y en tanto tiempo no hemos dado un solo día al olvido su memoria, ni el egregio desterrado de Venecia, que en su honor y en el de tantísimos otros campeones que dieron su vida por Dios, por la Patria y por el Rey ha ordenado celebrar las solemnidades del diez de Marzo.

Paz a los muertos, y sigamos nuestra narración.

El día 30 se pidió un armisticio a los carlistas para enterrar la multitud de cadáveres cuya putrefacción inficionaba el aire con gran detrimento de la salud del soldado. Durante el armisticio hubo varias conferencias entre los jefes y oficiales amigos y antiguos compañeros de ambos ejércitos, y hasta sonó la voz de arreglo entre todos, pero no dió resultado alguno y ni uno solo cambió de campo, dicho sea en honor de unos y de otros.

Llegaron a los pocos días los de la Semana Santa, y el ejército carlista la celebró armando una modesta capilla de campaña en la que se rezaron los divinos Oficios, pasando después a visitar el improvisado Sagrario todas las tropas, desarmadas y por grupos, siguiendo la cristiana costumbre del ejército español.

El ejército liberal estaba nuevamente en vías de reorganización: el Duque de la Torre había pedido más refuerzos, no solo para reponer sus bajas, sino también para emprender operacionos en mayor escala, continuando sin embargo en su campo atrincherado en Somorrostro.

El ministro de la Guerra Zabala ofició el dia 3 indicando al Duque de la Torre la conveniencia de que con los refuerzos que a toda prisa se preparaban y que consistian en quince mil hombres se formara un nuevo cuerpo de ejército que rebasando la izquierda carlista cogiera a ésta de revés y la obligara a capitular, o por lo menos a levantar su línea, El punto de ataque fue el único obstáculo que se debatió en las comunicaciones que mediaron entre ambos generalos, y aun con el comandante en jefe del expresado tercer cuerpo, el capitán general Marqués del Duero, adoptándose por fin un plan definitivo consistente en verificar un ataque simultáneo por las fuerzas del Duque de la Torre y las del Marqués del Duero, el primero por su frente y el segundo por Muñecaz y Galdames con veinte batallones, sirviendo de lazo de unión entre ambos caudillos una división de siete batallones que destacaría de su derecha el Duque para ponerse en contacto con el Marqués.

Reorganizóse, pues, el ejército republicano de la manera siguiente: General en jefe, el capitán general Duque de la Torre, teniendo a sus inmediatas órdenes dos cuerpos mandados por los generales Letona y Laserna, sumando entre los dos treinta y cinco batallones, con la numerosa dotación de artilleria de posición, de batalla y de montaña de que ya hemos hecho mérito, y constituyendo cuatro divisiones a cuyo frente figuraban los generales Andia, Catalán, Serrano Acebrón y Morales de los Rios, y dos brigadas de vanguardia a las órdenes del general Palacio y de los brigadieres Blanco y Chinchilla. El tercer cuerpo, o sea el encargado de flanquear la línea carlista, tenía de comandante general, como ya hemos dicho, al Marqués del Duero, con veinte y cuatro batallones y veinte piezas de artilleria, formando tres divisiones mandadas por los generales Echagüe, Martínez Campos y Reyes.

Enterados los carlistas por seguras confidencias del plan de los enemigos, padecieron sin embargo, entre otros, un error gravísimo, suponiendo que el cuerpo del Marqués del Duero avanzaria por Valmaseda, y no por las Muñecaz, y partiendo de esta base tomaron sus medidas para contrarrestarlo. El veterano general Elío, dejando en Somorrostro al general Dorregaray y situando al general Larramendi sobre Galdames, tomó el mando de una división de once batallones que situó en esta forma: dos vizcainos, con el general Andéchaga, sobre Talledo; cuatro batallones castellanos, dos cántabros, el de aragoneses y dos guipuzcoanos, con los generales Lizárraga y Velasco y los brigadieres Aizpuruúa y Yoldi en Arcentales y Sopuerta.

Acordado en definitiva el plan de ataque por el ejército republicano, rompieron la marcha el dia 27 las tropas del tercer cuerpo en dirección a Otañez ocupando el pueblo y alturas inmediatas, mediando un ligero tiroteo con las fuerzas carlistas en obsorvación de los movimientos del enemigo. Conocida entonces la dirección del Marqués del Duero, ordenó el general Elío que el general Andéchaga fuera reforzado con dos de los batallones que tenía a sus órdenes el general Velasco, quien se apresuró a cumplimentar lo dispuesto por Elío, reuniéndose en junto cuatro batallonos carlistas para oponerse, por lo menos, a triple número de enemigos.

A! amanecer del 28, los generales Echagüe y Martínez Campos recibieron la orden de tomar las dos cordilleras de Haya y Mello respectivamente, para caer después sobre Talledo. Árdua hubiera sido la empresa encomendada a dichos generales si las cortaduras y trincheras carlistas hubieran sido defendidas, siquiera, por doble número de batallones; pero ni los valientes encartados ni los sufridos y no menos bravos castellanos podían hacer imposibles, así es que después de un combate desesperado, aún más que heróico, perdieron sus posiciones, aunque no sin hacer sensibles y numerosas bajas a los liberales, que tuvieron cuarenta y cinco muertos y quinientos heridos. Las últimas trincheras carlistas tuvieron, sin embargo, que ser tomadas por el arrojo del Marqués del Duero y de los generales a sus órdenes, quienes batiéndose en las guerrillas consiguieron, con el ejemplo de su bravura, que sus numerosos batallones hicieran un supremo esfuerzo, y abrumando con tantas fuerzas a los denodados pero pocos defensores, lograsen el éxito de la jornada, que fue funesta para los carlistas, pues perdieron al heróico general Andéchaga y las posiciones que, aún tan bravamente defendidas, tuvieron al fin que abandonar.

Al mismo tiempo las tropas liberales destacadas de Somorrostro, al mando del general Laserna, operaron su unión con las del Marqués del Duero en el pico de Mello, mientras en las líneas de Somorrostro sostenia el Duque de la Torre un nutrido fuego para que los carlistas que tenía a su frente no pudieran intentar el fracaso de las operaciones emprendidas por el resto del ejército republicano.

Retirados los batallones del general Elío a Sopuerta, a donde se dirigía, al parecer, el enemigo, dispuso el anciano caudillo carlista, el 29, que dos batallones castellanos, se situaran en Galdames para contener al enemigo; y en Güeñes el general Velasco con otros dos batalloncs castellanos. El Marqués del Duero, mientras tanto, se había corrido a Sopuerta, y el general Laserna cañoneaba Las Cortes, cuya posición defendía el general Larramendi con dos batallones.

Como el Marqués del Duero disponia de suficientes fuerzas, para vencer a los carlistas trató de desorientarlos y de alejarlos de su objetivo principal por medio de diversos movimientos que iniciaron sus tropas, ya hacia Galdames ya hacia Valmaseda, ya sobre Güeñes y Sopuerta. En estas operaciones transcurrió el día 29 y gran parte del 30, pues el plan del Marqués del Duero era hacerse dueño por capitulación del ejercito carlista que defendía la línea de Somorrostro, rompiéndola por Galdames y dirigiéndose a Castrejana; habilísima operación que los carlistas no tuvieron la fortuna de adivinar, y que de haberla conocido la hubieran dificultado grandemente a pesar de lo corto de sus fuerzas.

Ya hemos dicho que en Galdames situó el general Elío dos batallones, de los cuales estaba encargado de defender la principal posición el 4° de Castilla, mandado por el aguerrido Solana. Desde que el enemigo dirigió la división de Martínez Campos sobre Galdarmes, ni el número de los enemigos ni la impetuosidad del ataque arredraron a Solana y a los suyos, que con un valor temerario disputaron sus posiciones con tal tenacidad y causando tan enormes bajas a los liberales, que seguramente, a haberse dispuesto de otro batallón más no hubiera coronado el general Martinez Campos la cumbre en la noche de aquel día tan glorioso para el coronel Solana y sus bravos castellanos; pero a pesar de la superioridad numérica de las tropas con que atacaron los republicanos no lograron éstos que cediesen los carlistas, sino cuando ya no corría peligro de caer en poder del enemigo el ejército carlista de Somorrostro, el cual, gracias a la heróica resistencia de aquel inolvidable batallón castellano, pudo verificar su retirada sin perder un hombre ni un cartucho en la noche del mismo día.

Gloriosa puede, por tanto, considerarse aquella retirada, pues que tampoco abandonaron los sitiadores de Bilbao ni un pertrecho ni una sola pieza de bronce, dejando únicamente en las baterías los cuatro cañones de hierro que habían desenterrado al comenzar el asedio y que, como ya dijimos en la primera parte, servían de postes para amarrar los barcos. Débese también tener en cuenta, en elogio del ejército carlista, que el último disparo sobre Bilbao se hizo a las diez, y que los dos cañones que se hallaban en las Arenas fueron retirados a las doce de la misma noche, incorporándose al resto del ejército al amanecer del día 1º de Mayo.

La última brigada que se retiró fue la de Berriz, y detrás de ella, el último de todos, sólo con sus ayudantes de campo, el Jefe de Estado Mayor general D. Joaquín Elío, cuando ya estaba el enemigo a la vista de Sodupe. Admiremos su valor temerario y su serenidad, pero hay que deplorar el error en que incurrió durante las últimas operaciones, dando origen con él a que el Marqués del Duero realizase punto por punto sus deseos, menos el de hacer prisioneras las tropas carlistas que ocupaban la línea de Somorrostro, si bien liberando a Bilbao, como resultado de sus bien meditados planes y de los del Duque de la Torre.