I

El prodigioso levantamiento carlista de Navarra, hecho en 20 de Diciembre de 1872 por el inolvidable general D. Nicolás Ollo con solos 27 hombros, habiase traducido en el transcurso de un año en una fuerte división compuesta de diez batallones, siete de los cuales se hallaban ya en disposición de emprender todo género de operaciones; de cuatro cañones cogidos al enemigo y de un regimiento de caballería.

Pocos día después que Ollo en Navarra, iniciaron el alzamiento de Guipúzcoa y Vizcaya el general don Antonio Lizárraga al frente de siete hombres y el distinguido oficial de ingenieros D. Alejandro Argüelles lon diez voluntarios: en breve tiempo respondieron al llamamiento de Don Carlos desde Asturias, Santander, Alava, Castilla y Aragón entusiastas tradicionalistas; desarrollóse potente el levantamiento en 1873, y ya sólos los batallones de cada provincia, ya reunidos navarros y guipuzcoanos en Eraul, ya navarros, alaveses y vizcainos en Montejurra, llegaron a formar el ejercito carlista que luchó en las líneas de Somorrostro, objeto principal del presente estudio, no pudiendo considerarse ya como un ejercito regional, sino como un verdadero ejército homogéneo y representante do la colectividad carlista, victorioso del enemigo en encuentros tan importantes como los ya citados y los de Lecumberri, Allo, Dicastillo y Pueute la Reina; y si bien les fué la suerte adversa en la sangrienta jornada de Velabieta, obligóse después de ella al general republicano Moriones á embarcarse en San Sebastian por haberle cerrado el paso el ejército realista, compuesto de contingentes de todas las provincias, obtenienao con ello los carlistas en fuerza moral lo que perdido hubieran con su exprosado vencimiento.

Al comenzar, pues, el año de 1874, dominaban las armas carlistas todo el territorio vasco-navarro desde el Cantábrico y la frontera hasta el Ebro, a excepción de las cuatro capitales, las villas de Tolosa, Guetaría, Irun, Hernani y la ribera de Navarra.

En el mes de Enero ocurrieron, entre otros, dos hechos de armas íntimamente unidos con el objetivo principal, como fueron la malograda expedición a Santander y el sitio y toma de Portugalete y los fuertes de Luchana y el Desierto, que tanto favoreció las operaciones del sitio de Bilbao. De todo ello daremos una idea siquiera a fin de quedar más desembarazados después para describir las batallas de Somorrostro.

Como el general en jefe enemigo babia trasladado su campo de operaciones desde Guipúzcoa a Santander, el ejército carlista acudió a la parte occidental de Vizcaya, no sólo para impedir que pudiera socorrer a la guarnición de Portugalete, sioo para estorbar en lo futuro que aprovechándose los liberales del ferrocarril y embarcándose en Miranda de Ebro se trasladaran velozmente de un extremo a otro de las líneas de operaciones.

Al enterarse el general carlista Martinez de Velasco, jefe de las fuerzas vizcainas que se hallaban sobre Tolosa, del embarque del general Moriones en San Sebastian, calculó que su objetivo debía ser el levantamiento del sitio de Portugalete: así es que a marchas forzadas acudió la división vizcaina al límite occidental de su provincia, eligiéndose para presentar combate la posición de Salta-Caballo por los generales Velasco y Andéchaga y los coroneles Costa y Argüelles.

Asimismo, y en previsión del socorro que pudiera dar el general Moriones a Portugalete, se adelantaron cuatro batallones navarros con el general Ollo, quien no encontrando ya allí a los vizcainos por haberse corrido hacia Portugalete y Bilbao, acantonó sus foerzas en los pueblos más próximos para hacer frente al enemigo en un momento dado desde dicha importante posición.

El sitio de Portugalete dió principio bajo la inmediata dirección del general carlista D. Castor Andécbaga con los dos batallones de encartados (creados por él), el de Durango que se situó en las Arenas, varias piezas de artillería que habían servido para amarrar calabrotes en los muelles, y algunas otras fundidas con las campanas de Vizcaya por el capitán de artillería D. Julián García Gutierrez en la improvisada fundición de Arteaga.

La guarnición de Portugalete se componía del batallón de cazadores de Segorbe mandado por el hoy general y entonces teniente coronel D. Amós Quijada, dos piezas de campaña y dos compañias de ingenieros que habían convertido el pueblo abierto en una plaza regularmente defendida con fuertes atrincheramientos construidos en el recinto y en las alturas: todo esto sin contar con algunos barcos de la escuadra que impedían con sus bocas de fuego a aproximación de las baterías de aproche.

Dieron principio las operaciones del sitio el 29 de Diciembre de 1873: para la infantería habia fuertes trincheras a prueba de artillería a menos de 500 metros del recinto, y para los 6 cañones de batir se habían construido previamente cuatro baterías; pero como la goleta Buenaventura y el vapor Gaditano se habían acoderado y contribuían poderosamente a la defensa con sus cañones de grueso calibre, hubieron de construirse por los carlistas nuevas baterías, una de ellas en las Arenas, las cuales en la noche del 10 al 12 rompieron un fuego tan vivo sobre los harcos y les ocasionaron tales averias que no tuvieron más remedio que retirarse abandonando Portugalete a sus propios recursos.

Días antes había tomado la dirección en jefe del sitio el general D. Antonio Dorregaray, aumentando las fuerzas sitiadoras con la llegada del segundo batallón de Navarra, cuyo jefe lo era desde su organización el valiente D. Teodoro Rada. Desde la retirada de los barcos pudo darse por tomada la plaza, a pesar de la enérgica y sostenida defensa del batallón de Segorbe y demAs fuerzas liberales contra los bravos batallones sitiadores, el fuego incesante de su artillería y hasta la voladura de una mina, el dia 17, acompañada de la toma de algunas casas fuertes y aspilleradas. Las baterías carlistas íbanse aproximando cada vez más, hasta que por fin el día 21, previo Consejo de guerra celebrado por la oficialidad de Portugalete, se convino en la capitulación por habérseles agotado a los liberales los medios de defensa y no esperar ya socorros de la escuadra.

Conocidos de todos son los términos de la capitulación, por lo cual no nos detendremos en detallarla: la guarnición quedó prisionera de guerra y su jefe don Amós Quijada fué autorizado por Don Carlos de Barbón para ir a Madrid a pactar el canje de sus fuerzas: el armamento fué repartido al segundo batallón de Navarra, así como los instrumentos de la charanga y, en fin, la bandera del batallón prisionero figura hoy entre los gloriosos trofeos militares del Palacio Loredán.

Los fuertes de Luchana y el Desierto guarnecidos por algunas compañias del regimiento de Zaragoza se entregaron también después de una resistencia poco menos obstinada que la de sus campañeros de Portugalete, proporcionando bastantes pertrechos de guerra a los carlistas.

En resumen, la toma de Portugalete y los fuertes citados fueron de gran ventaja para el ejército carlista, que además de encontrarse en mejores condiciones para operar sobre Bilbao, se hizo dueño de cuatro cañones largos de 8 centimetros, rayados, y con sus correspondientes municiones, mil ochenta y dos fusiles Remington con cerca de doscientos mil cartuchos y considerable número de raciones.

Fecundo en acontecimientos fue el mes de Enero, en el cual tuvo lugar también la expedición a Santander. Tiempo hacía que el Presidente de la Junta de Cantabria D. Fernando Fernández de Velasco, alma del levantamiento carlista de su provincia, habia verificado grandes trabajos que le dieron por resultado el alistamiento de gente con la cual pudo organizar el coronel D. José Navarrete dos batallones, algunas compañías y un escuadrón, que puestos a disposición del General en jefe carlista, el anciano y caballeroso Capitán general D, Joaquín Elio, habían operado en los confines de Vizcaya y en las montañas de Santander. De aquel celoso Presidente de la Junta de Cantabria partió la idea de dar un golpe de mano sobre la capital, pues el regreso del general Moriones a Navarra la había dejado casi desguarnecida, a pesar de haber en las arcas cerca de un centenar de millones destinados al Gobierno de Madrid. Conocido el plan de Fernández de Velasco por el general Elio, se encargó de la operación el general D. Torcuato Mendiry y el entonces Comandante general de Castil1a D. Santiago Lirio, con siete batallones, dos cañones de montaña y trescientos caballos, llevando Mendiry a sus órdenes los batlones 3° y 5º de Navarra y 1º y 3º de Alava, la sección de artillería y un escuadrón, y Lirio dos batallones castellanos, otro de cántabros y un centenar de caballos.

La operación militar no pudo llegar a feliz término por culpa, a nuestro juicio, de ambos jefes carlistas.

El general Lirio pudo haber cortado más a fondo y mejor la vía férrea, objetivo casi principal de su cometido, pues salvo un pequeño tiroteo en que logró arrollar a los que se le presentaron a su paso en Villasante, nadie se opuso seriamente a que inutilizara la comunicación principal de los enemigos: baste decir que los liberales no tardaron cuatro horas en recomponer los desperfectos ocasionados por los carlistas en la vía férrea.

A su vez el general Mendiry perdió un tiempo precioso en su marcha, pues en vez de ir en una jornada desde Ramales a Santander (como lo hizo a su regreso), en cuyo caso habria sorprendido probablemente la ciudad, se detuvo algo en el camino y dióse con ella lugar a que los de Santander se preparasen y pusiesen en estado tal de defensa, que los nuestros habrían sido seguramente rechazados si se hubiesen decidido entonces a emprender un ya tardío ataque.

Convencido el general Moriones, por aquellos días, de que nada podía intentar en Vizcaya, ideó llevar a los carlistas otra vez a la ribera de Navarra, teatro predilecto suyo, creyendo al mismo tiempo que pudiera compensar la pérdida de Portugalete con la toma de La Guardia, punto fortificado de alguna importancia y del cual se habian hecho dueños los carlistas poco después de la batalla de Montejurra. Dicha plaza carlista hallábase guarnecida por el batallón riojano, fuerte de 600 hombres, que había organizado el veterano coronel Llorente; pero las desavenencias surgidas entre dicho anciano jefe y su segundo, así como la carencia de municiones y la herida mortal recibida por Llorente pusieron en tres días La Guardia en poder de Moriones, diciéndose después por éste que la toma de dicha plaza era la compensación natural de sus pérdidas en Vizcaya.

Llegamos ya al sitio de Bilbao, origen de los heróicos combates qus nos proponemos narrar.

Ya desde el mes de Agosto de 1873 habían empezado los batallones vizcainos á ir estrechando el cerco de la villa, a la vez que se impedia a los barcos de la Escuadra que pudieran entrar en ella socorros y mantenimientos de todas clases. Poco a poco, pues, se fueron haciendo dueños de los montes de Arcbanda, Alonsótegoi, Ollargan y Santa Marina, tendieron gruesas cadenas de orilla a orilla de la r1a y sumergieron gabarrones rellenos de gruesas piedras y mineral de hierro bajo la dirección del capitán de fragata D. Santiago Patero; obstáculos estos útimos que los barcos de la Escuadra no supieron o no pudieron destruir, de manera que unido esto a la pérdida de Portugalete, Luchana y el Desierto, hízose muy precaria la situación del general D, Ignacio Maria del Castillo, gobernador de la plaza de Bilbao.

La guarnición liberal que tenia a sus órdenes Castillo se componia del regimiento de Infanterfa del Rey, con 1,277 hombres, 555 cazadores de Alba de Tormes, 91 artilleros de montaña, 123 artilleros para el servicio de las piezas de posición, 95 jinetes, carabineros, guardia civil, ingenieros y los batallones de forales y de voluntarios, sumando entre todos unos 3.600 hombres disponibles para hacer frente a los carlistas. Los fuertes y las baterias de la plaza eran de importancia y se hallaban artillados por 28 cañones, la mayor parte de los cuales eran rayados y de 12 y 16 centímetros de calibre.

No había perdido, por lo tanto, el tiempo el ilustrado y enérgico general Castillo, porque los fuertes se hallaban bien situados y construidos, y la artillería de la plaza era superior en numero y calibre á la de los sitiadores lo cual resultaba contrario a las más elementales reglas de la guerra, pues sabido es que para equilibrarse los ejércitos en el ataque y defensa de las plazas, los sitiadores deben estar, por lo menos, en la relación de cinco a uno con los sitiados.

Los carlistas emprendieron el sitio de Bilbao bajo la dirección inmediata del infatigable general Marqués de Valde·Espina con seis batallones qne tenían la siguiente situación: el de Bilbao, con Fontecha, del Puente Nuevo a Artagan: el de Marquina, con Sarasola, en Archanda y Santo Domingo; el de Durango, con el barón de Sangarrén, en Olaveaga y Deusto; el de Munguia,con Gorordo, parte en Olaveaga y algunas compañías destacadas en las Arenas y Plencia; el de Guernica, con Iriarte, en San Mamés e Iturrigorri; y el de Orduña, con Bernaola, en Larrasquitu y la Peña, sumando dichos batallones un total de unos 4,000 hombres. Se construyeron las baterías de morteros de Casamonte, Pichón, Santo Domingo y Quintana, bajo el mando de D. Rodrigo Velez; otras cuatro baterías de cañones, una delante de Santa Mónica, y las otras en Artagan, la Cadena Vieja y Ollargan, a las órdenes de D. Antonio Brea, y encargóse del mando de toda la artillería de sitio el Comandante general del Cuerpo D. Juan Maria Maestre, quien se situó en Azúa y acudía Igualmente al parque de campaña próximo a dicho punto, a la fundición de proyectiles del Desierto y a las baterías de brecha, artilladas únicamente con siete cañones, de los cuales sólo había uno rayado de 10 centímetros en Ollargan, fundido en la Maestranza de Azpeltia¡ otros dos eran de a 12 centímetros y habían sido fundidos en Arteaga, y los otros cuatro, de hierro, de a 13 centímetros, eran de los que habían servido como postes para amarrar los barcos.

Pero como no es nuestra intención relatar hoy las peripecias del famoso sitio, sino hablar de él como causa ocasional de los combates que se libraron en Somorrostro, daremos por terminada la primera parte del presente trabajo con el estado de los dos ejércitos contendientes en la época en que el teniente general D. Domingo Moriones se propuso liberar a Bilbao, eligiendo para ello entre los tres caminos que pudo seguir, el más difícil, a nuestro humilde entender, y de más dudoso éxito, como los hechos lo demostraron después.

En el Norte, además de las tropas de todas armas empleadas en guarniciones, destacamentos y otros servicios, podía el General en jefa republicano disponer de 27 batallones de Infantería, tres baterías Krupp, dos de ellas de 10 centímetros y la otra de a 8, tres baterías de montaña, algunas compañías de ingenieros, guardia civil y forales, y cinco regimientos de caballería, cuyo respetable ejército estaba organizado en Febrero de 1874 en tres divisiones a las órdenes de los generales Primo de Rivera, Andia y Catalán, y una brigada de vangnardia y otra de caballería mandadas respectivamente por los brigadieres Blanco y Jaquetot.

En cambio el ejército carlista por aquella misma época contaba con tan poca arti!leria, que no tenía disponibles para acudir de un punto á otro más que cuatro piezas de montaña de la batería de Navarra y otras dos, tambien de montana, pertenecientes a la división de Guipúzcoa; su caballería se reducía entonces a un regimiento y algunos escuadrones sueltos; su cuerpo de ingenieros no tenia en armas más que algunas compañias, y si bien su infantería habla llegado ya a sumar diez batallones navarros, nueve vizcainos, ocho guipuzcoanos, cuatro alaveses, otros cuatro castellanos, dos cántabros y otro de aragoneses, como con estos treinta y ocho batallones habia que atender a un mismo tiempo a los cercos de Bilbao y de Tolosa y a la defensa de Estella y otros puntos importantes, solamente pudo reunir Don Carlos de Borbón cuando llegó a la línea de Somorrostro, y para defender la misma, un total de diez y ocho batallones con seis piezas de montaña.

Eran Comandantes generales carlistas de Navarra, Guipúzcoa, Alava, Aragón y Vizcaya, respectivamente, D. Nicolás Ollo, D. Hermengildo Díaz de Ceballos, D. Turcuato Mendiry, D. Antonio Lizárraga y el marqués de Valde-Espina; los batallones castellanos se pusieron a las órdenes de D. Gerardo Martínez de Velasco; D. Cástor Andechaga, con sus batallones de encartados, se encargó de observar al enemigo que pudiera acudir por la parte de Castro-Urdiales, y, en fin, con batallones de todas las provincias del Norte, se organizó una División de operaciones cuyo mando se confió al teniente general D. Antonio Dorregaray, y cuyas brigadas se pusieron a las órdenes de los brigadieres D. Elício Berriz y D. Rafael Alvarez.

Este era, pues, el estado de ambos ejércitos, y llenada hasta este punto nuestra misión, pasaremos a narrar los combatea ocurridos en las líneas de Somorrostro durante el mando de los generales liberales Moriones y Duque de la Torre.