crónica de la guerra carlista
En la mañana del 25 de marzo de 1874 comenzó la segunda de las tres batallas que tuvieron lugar en la zona de Somorrostro durante la última Guerra Carlista. A lo largo de 3 días, 50.000 hombres se enfrentaron encarnizadamente: los unos, con la intención de poner fin al sitio de Bilbao, y los otros, con el propósito de mantener una línea de resistencia que impidiera la llegada de socorro a la villa. Fue el día 25, en los primeros momentos del combate, cuando las tropas liberales consiguieron hacer temblar la férrea defensa carlista al tomar al asalto la barriada de Las Cortes y los parapetos que se encontraban sobre ella.
No siempre es posible descender hasta los pequeños detalles que forman el tejido microscopico de los acontecimientos belicos, donde las vivencias, anécdotas y experiencias de los soldados anonimos configuran la histona vivida en primera persona. Sin embargo, gracias a los relatos que el padre Francisco Apalategui recopilo de boca de un buen número veteranos de aquella guerra civil, tenemos la posibilidad de contextualizar sus narraciones en el marco de las acciones bélicas reflejadas en la diferente bibliografía de la época, además de permitirnos un acercamiento más humanizado a los hechos registrados.
El presente trabajo es el resultado de una laboriosa reconstrucción histórica de lo ocurrido el 25 de marzo de 1874 en el extremo izquierdo de la línea defensiva carlista, sacando del anonimato a algunos de aquellos muchachos, que en número de miles, se enfrentaron en los campos y montes de Somorrostro.
preliminares
Durante estos días, el ejército liberal se dedicó a concentrar tropas en Santander, Castro Urdiales y Laredo. El general al mando del llamado Ejército del Norte, Domingo Moriones, llegó a San Juan de Somorrostro el 19 de febrero pasando varios días posicionando sus tropas y baterías. Domingo Moriones y Murillo, marques de Oroquieta; había nacido en Leache (Navarra) en 1823, siendo un militar de carrera y probada valía, de mal recuerdo para los carlistas ya que su título nobiliario hacía referencia a la derrota sufrida en el intento de alzamiento de la primavera de 1872. Bajo su mando se encontraban 26 batallones, 4 compañías de ingenieros, 28 piezas de artillería, 50 húsares de Pavía, que formaban un total de 11.000 hombres. Fue el comandante de los batallones de Navarra, Nicolás Ollo Vidaurreta, general muy crítico con la decisión de tomar Bilbao y comprometer todas las fuerzas del Norte en ese empeño, el que asumió interinamente el mando de carlista, situando su cuartel general en la población de San Salvador del Valle. Entre sus planes y consignas decretó la distancia a la que debería de romperse el fuego: "Estando atrincheradas todas nuestras fuerzas, prohíbo absolutamente, que se rompa el fuego a más distancia que a 100 metros, y esto en el caso de que el enemigo se presente en orden cerrado, pues haciéndolo en al abierto, debe despreciarse aunque la distancia sea de 20 pasos, porque mucho más nos hemos de hacer respetar conservando nuestras municiones, que consumiéndolas inútilmente, y en último caso haremos uso de las bayonetas para rechazarlos y obtener la victoria". El 20 de febrero ordenó comenzar las hostilidades contra Bilbao y el día 21, en cumplimiento de su mandato, se inició el bombardeo de la villa. Ollo no sólo pretendía intimidar a la población de Bilbao, también intentaba forzar el ataque del expectante Moriones.
El 24 de febrero se encontraba el ejército liberal ocupando la orilla izquierda del río Barbadun, desde su desembocadura hasta las estribaciones del monte Corbera que formaba la derecha de su línea, extendiéndose el ejército por retaguardia siguiendo la carretera hasta la villa de Castro Urdiales que servía como base de sus aprovisionamientos. Por su parte, los carlistas se habían fortificado a lo largo de la línea de montes y colinas que iba desde las alturas del monte Montaño hasta las faldas de Triano. En el centro de su línea destacaban las iglesias de San Pedro de Abanto y Santa Juliana, convertidas en dos fuertes atrincheramientos.
La caída de bombas sobre Bilbao tuvo el efecto deseado: desde Madrid clamaban al general Moriones a dar una rápida y definitiva respuesta militar a las pretensiones del carlismo. Presionado por la premura que dictaban los acontecimientos históricos del momento, con una situación política inestable derivada de la abdicación de Amadeo de Saboya, una recién instaurada primera república, rumores de nueva monarquía, insurrecciones coloniales, problemas cantonales, sumido todo el país en una profunda crisis, el general Moriones, aún reconociendo que su situación en cuanto a número de efectivos no era idónea, planificó el asalto del monte Montaño. Un baluarte que despejaba el camino a Portugalete y abría las puertas de Bilbao.
Durante el 24 y 25 de febrero, bajo la cobertura de la escuadra que sumaban sus cañones a las tropas de tierra, los liberales asaltaron, una y otra vez, los modestos 319 metros de altura del pico Montaño sin lograr desalojar a los carlistas de su cima. El ejército liberal perdió entre 800 y 2000 hombres, y los carlistas entre 500 y 600. "El ejército no ha podido forzar los reductos y trincheras de San Pedro de Abanto, y su línea ha quedado quebrantada' vengan refuerzos y otro general a encargarse del mando. Se han inutilizado haciendo fuego 6 piezas de a 10 cm. Conservo las posiciones en Somorrostro y la comunicación con Castro", con este escueto telegrama, Moriones comunicaba a Madrid su fracaso. Las repercusiones de la derrota de un "poderoso" ejército moderno frente a las despectivamente denominadas tropas de "sacristanes" no se hizo esperar y la guerra atrajo el interés de la prensa nacional y europea, llegando a Somorrostro numerosos corresponsales a cubrir las noticias del sitio de Bilbao y el frente de Somorrostro. Entre ellos destaca la figura del ilustrador barcelonés José Luis Pellicer cuyos grabados, de gran calidad y realismo, ampliaron notablemente el conocimiento de la guerra y la vida de los soldados. Ante al "Marques de Oroquieta", se alzó la figura de "Conde de Somorrostro", título aristocrático con el que Carlos VII premió la pericia del general Ollo.
Moriones, enfermo, fue sustituido el día 9 de marzo. El nuevo general al mando fue el mismísimo Presidente del Poder Ejecutivo de la efímera I Republica, el general Francisco Serrano y Domínguez, Duque de la Torre, que llegó acompañado del almirante Juan Bautista Topete y Carballo, Ministro de Marina, y todo el Estado Mayor Central.
El presidente/general Serrano, vista la necesidad de incrementar el número de efectivos ordenó hacer llegar a Somorrostro las tropas que al mando del general José Maria Loma Argüelles operaban en Gipuzkoa. El 14 de marzo, embarcaron en Donostia el general Loma, un regimiento, un batallón de línea, una compañía de ingenieros y 50 miqueletes gipuzkoanos al mando de José María Badiola Jáuregui, dirigiéndose a Santoña para esperar ordenes. En total unos 8.000 hombres de refuerzo y nuevas piezas de artillería.
Hasta el día 19 de marzo continuaron los trabajos de organización, municionamiento de las tropas e intendencia; tomando posiciones para comenzar de nuevo las operaciones, pues ya se habían reunido todas las fuerzas posibles que sumaban: 41 batallones, 7 compañías de ingenieros, 140 guardias civiles, 50 miqueletes y diferentes escoltas de caballería. Entre 22.000 y 30.000 hombres y 50 piezas de artillería. Este segundo ataque era impacientemente esperado, ya que la enorme concentración de tropas en el "insalubre valle de Somorrostro", propició la aparición de disentería y diariamente pasaban a los hospitales muchos oficiales y soldados.
Las tropas carlistas aumentaron su número de efectivos con la llegada de nuevos batallones hasta completar 28, con un total de 15.000 hombres, repartidos entre el frente de Somorrostro y el sitio de Bilbao, con la manifiesta ausencia de artillería efectiva, una notable multiplicidad de fusiles y una clara carestía en municiones. Respecto a su indumentaria comenta el corresponsal Pellicer en sus crónicas periodísticas: "En general los soldados están pobremente vestidos y son pocos los batallones uniformados, reinando en los trajes la variedad más caprichosa' unos llevan capotes de color gris, procedentes de los móviles franceses; otros visten capote azul, como el de los soldados del ejército; muchos se ven con trajes de paisano, y no pocos cubiertos con la tradicional zamarra. Todos tienen, por supuesto, su inseparable boina, azul, o roja, con borla o sin ella. Los oficiales, por el contrario, visten en general hasta con elegancia' levita azul, pantalón rojo, botas altas o polainas, y boina grande con borla y chapa de oro o plata según graduación. Se ven muchos con traje de oficiales de nuestro ejercito, y otros que llevan zamarras, aunque más finas que las de los soldados".
Dispuestos a no ceder terreno, se ocuparon en mejorar sus defensas visto el notable destrozo que causaba en los parapetos la artillera del ejército liberal. Las obras de fortificación fueron diseñadas por el cuerpo de ingenieros carlista a cuya cabeza se encontraba Francisco de Alemany, ayudado eficazmente por José Garin, Amador Villa y Alejandro Argüelles. En Somorrostro fue el teniente coronel José Garin Vargas el encargado de perfeccionar el ineficaz sistema de parapetos. También tomó parte activa en estas obras de fortificación el coronel de ingenieros catalán Luis Argila. Bajo sus órdenes se abrieron zanjas, trincheras, donde se ocultaban hasta la altura de la cabeza los soldados, comunicándose entre sí y cruzando los fuegos para defender de forma efectiva las posiciones. Si bien, el sistema de pequeños muros de piedra y tierra no fue del todo abandonado conservándose y reforzándose en numerosos puntos de la línea carlista. En estos trabajos no sólo se empleaban las tropas regulares, sino que también colaboraban, las más de las veces por la fuerza, la población civil, incluidas mujeres y ancianos.
Por su parte el ejército liberal mantenía la presión gracias a la omnipresencia de su artillería, cuyos disparos constituían un pasatiempo para los soldados republicanos inactivos que saludaban con vítores y aplausos el acierto de sus artilleros. Tampoco eran infrecuentes los contactos entre fortificaciones enemigas próximas: "Un oficial del ejercito ha logrado obtener noticias de un hermano suyo que milita en las filas de D. Carlos, y del cual nada se sabía desde hacia varios meses, y en ciertas ocasiones nuestros soldados han cambiado el pan de sus propias raciones por las tortas de maíz que le ofrecían los carlistas. Esta aparente cordialidad se resuelve con una lluvia de improperios e insultos mutuos en los cuales dominan, por parte de los carlistas, las voces de iguiris! iguiris! mote que daban a nuestros soldados y por parte de éstos, las de icarcas! icarcas!, apodo que aplican a los defensores del pretendiente".
Tras el fracaso de la toma del Montaño y el fiasco de un desembarco de 9.500 hombres de tropas en la playa de Algorta abortado por el mal tiempo el 20 de marzo, el estrangulamiento que sufría Bilbao precisaba de una acción contundente que acallara las críticas, que una vez más, se elevaban desde los círculos editoriales de la capital y que hacían tambalear el ya de por sí, inestable gobierno de la I República. El general Serrano preparó una estrategia consistente en atacar fuertemente por los montes de Galdames, avanzando al mismo tiempo el centro por la zona de San Pedro y amagando al Montaño. Procedió a dividir sus tropas entre los distintos mandos: Colocó a Fernando Primo de Rivera y Sobremonte a la cabeza de la brigada de vanguardia, consistente en 16 batallones de infantería, 6 piezas de montaña y 2 compañías de ingenieros, con el objetivo de asaltar los montes de Galdames. Antonio López de Letona recibió 4 batallones y 1 compañía de ingenieros para presionar la zona del Montaño, mientras que José María Loma mandaba 9 batallones y 2 compañías de ingenieros para acometer el centro de la línea carlista en San Pedro de Abanto. Quedaban en Somorrostro al mando del general Manuel Andía 8 batallones de reserva y 4 piezas Plasencia, mientras que el general Florentino Melitón Catalán López de Prado tenía órdenes de cubrir las comunicaciones con Castro con otros 4 batallones. El peso de la acción recaería sobre las tropas comandadas por Fernando Primo de Rivera, que debía de apoderarse a toda costa de la meseta en los Montes de Triano, llamada Campa de los Pastores (actualmente conocida como "Los Campamentos"), lo que haría indefendible la línea de Somorrostro.
El 24 de marzo, Serrano envía a Madrid el siguiente telegrama: "Dispuestas todas las fuerzas, y dadas las órdenes oportunas, al amanecer de mañana romperé el ataque a la línea enemiga, apoyada la izquierda por el mar con la escuadra. El Ministro de Marina me acompaña en este cuartel general. Solo suspenderé el ataque si un imprevisto temporal de aguas se opusiese. Espero que este ejército cumplirá con su deber"
25 de marzo
A las 6 de la mañana rompieron fuego todas las baterías y los soldados liberales cruzaron los puentes sobre el Barbadun dirigiéndose hacia sus objetivos. El 1° de Guipúzcoa era la primera línea de defensa carlista en la zona de Las Cortes. Este batallón con el sobrenombre de Batallón de Cazadores Príncipe de Asturias y el mote de "Poka txantxa" o ""oranai" estaba formado por unos 900 voluntarios guipuzcoanos. En su origen, el 1° de Guipúzcoa había resultado ser un batallón notablemente aguerrido, ya que en sus filas se encontraban los curtidos muchachos de la partida del cura Santa Cruz (entre 200 y 500 hombres). Sin embargo, tras el conato de sublevación provocado por el guerrillero en diciembre de 1873, donde el 1° tomó parte activa a favor de su antiguo mando, el batallón fue disuelto, sus oficiales castigados a servir un mes en calidad de soldados rasos y además, se hizo fusilar a aquellos individuos de mayor responsabilidad en el motín como escarmiento para el resto de la tropa. Así lo relataba José Irazu Orendain: "Por el follón del aquel día pasaron por las armas al pobre Antxusa, capitán de la 6ª compañía. Allí estábamos nosotros formados en torno al sitio donde le mataron. Le pegaron 4 tiros y como aún no acaba de morir, le dieron otro tiro junto a la oreja. Entonces nosotros tuvimos que pasar junto al muerto". El batallón fue rehecho, pero los mandos no quisieron volver a tener a los mismos soldados que "tan mala prueba habían dado", aprovechando para deshacerse de todos "los borrachos, díscolos" y por supuesto, decididos seguidores de Santa Cruz. Esto provocó que el batallón quedase constituido por muchachos poco fogueados, conducidos por el teniente coronel Matías Ichaso "gixon txiki bat" y el comandante Ignacio Illarrazu. Tras rendirse Tolosa el primero de marzo propiciada por la precipitada retirada de las tropas liberales encabezadas por el alavés Loma que habían sido llamadas a acudir como refuerzo a Somorrostro, el 1° de Guipúzcoa hizo noche en la villa recién conquistada y al día siguiente fue enviado también a Bizkaia. El día 3 de marzo llegó a Durango y el resto del mes se dedicaron a marchar y contra marchar por las Encartaciones, atentos a cualquier posible movimiento de flanqueo a la línea de Somorrostro. El 23 de ese mes durmieron en Llodio y el 24 llegaron a Somorrostro, siendo inmediatamente desplazados a los parapetos sobre la barriada de Las Cortes, en el extremo izquierda de la línea carlista. Su presencia allí no pudo empezar peor: la tarde del 24 de marzo, sobre las 16:00 horas, estando todavía los hombres formados a la espera de formalizar el relevo a un batallón de Castilla en la hondonada del Portillo de Las Cortes, una granada de cañón reventó entre de la tropa causando varios muertos y numerosos heridos. En 1874 la pequeña meseta donde se sitúan los caseríos del barrio de Las Cortes presentaba una inusitada actividad y movimiento poblacional asociado a la construcción del ferrocarril de Galdames. Según explicaba Pablo Aspizu Munduete, el teniente coronel del 1o de Guipuzcoa, Matías Ichaso, dejó tan solo dos compañías en la trinchera y repartió las otras seis que completaban el batallón, por las zonas avanzadas que llegaban hasta el río Barbadun, pernoctando los mandos en las casas de Las Cortes. Al bajar estas compañías a la ribera del río a custodiar el paso de La Baluga, cuyo puente habían destruido, advirtieron un inusual movimiento de tropas liberales en la orilla opuesta, comunicándoselo inmediatamente a Ichaso. Se hallaba éste en la cocina de la casa torre que el Marqués de Villarías poseía en Las Cortes, departiendo con el teniente coronel Carpentier. Carpentier, de origen catalán, era mando del 7o de Guipúzcoa, cuyos soldados habían participado activamente en la obras de defensa de la zona. Al recibir el aviso, Ichaso inquieto por lo anómalo de la situación, se inclinaba por trasmitirlo a sus superiores, pero Carpentier le disuadió: "Dos meses llevo yo aquí y no ha ocurrido nada. Aquí no pueden subir". Al amanecer del día 25 las tropas avanzadas subieron de nuevo a Las Cortes y se distribuyeron en los parapetos sobre la barriada: medio batallón se colocó en la vertiente que miraba a Somorrostro y la otra media, en una trinchera superior, en la vertiente opuesta. Poco tiempo después, el ejército liberal comenzaba el desgaste artillero previo al avance de sus tropas. José Antonio Ysac Arteaga Ybarburu formaba parte de la 3o Compañía del 1° de Guipúzcoa y aquella mañana se encontraba en los parapetos que miraban hacia Somorrostro: "Cuando clareó el día, vimos la carretera de enfrente negra. Marchaban una gran fuerza hacia las Carreras y otra hacia nosotros. Comenzaron los cañones a tirarnos. "osotros, cuerpo a tierra. La trinchera era de tepes. Con poca profundidad dentro. Las granadas de cañón las agujereaban y traspasaban. Teníamos que estar acurrucados. Los muchachos de dos en dos metros, muy pocos para hacer frente a tantos. La fuerza se detuvo en la colina que teníamos delante. "os hacían fuego a discreción. También las guerrillas tiraron cuesta arriba". De igual modo se referían a la situación en la que se encontraban José Luís Yraeta Badiola, José del caserío Zumeta, Eugenio del caserío Nordekua todos ellos de azkoitianos e Ignacio de la casa Txapinene del barrio donostiarra de Altza: "El parapeto era malo, hecho con tepes, muy delgado, al que atravesaban las balas de un lado a otro. Detrás de la pared de tepes, la trinchera tenía poca profundidad, a lo sumo hasta el pecho. Para disparar nos poníamos de rodillas. Las granadas de cañón nos llevaban los tepes por los aires". Agachados, aguantando el violento cañeo, los hombres veían como las tropas liberales se aproximaban a su posición. Los mandos del 1o de Guipúzcoa comenzaron a vociferar órdenes: "iHasta que no estén a 40 pasos no tiréis!". Los voluntarios acobardados por lo que se les venía encima clamaban: "iHagamos fuego!", pero bien sabían que el castigo por desobedecer la orden de disparar antes de tiempo era abandonar la protección del parapeto y avanzar unos metros encarando al enemigo. Carlos Alcorta, capitán de la 3o Compañía, arengaba a sus hombres fuera de la barricada exponiéndose a los disparos. Eugenio, del caserío Nordekua, describió que mientras el resto de la tropa permanecía agazapada tras el parapeto le gritaban: "iMuchacho, estate quieto y métete aquí!". No tardó en caer muerto. Cuando finalmente las tropas liberales alcanzaron la distancia convenida, se dio la orden de abrir fuego. Se llegaron a realizar dos descargas, pero ya era tarde. José del caserío Zumeta recordaba de esta forma los hechos: "Venían para arriba haciendo fuego. Fuego y adelante, con gran coraje. A cien metros pararon y se desplegaron a derecha y a izquierda como para pillarnos en medio. Hicimos por fin fuego. Pero los liberales continuaron su avance". José Antonio Arteaga añadía: "Seguían adelante a rastras o como fuese; los jefes los golpeaban con el sable." José Luis Yraeta afirmaba: "En un principio los liberales recularon, pero como eran tantos, los de atrás empujaron a los de adelante y siguieron avanzando". El 1° de Guipúzcoa comenzó a retroceder, abandonado su posición. José Antonio Arteaga se justificaba: "Éramos demasiado pocos para contenerlos y nos iban rodeando por la derecha y por la izquierda. "os ordenaron recular. De haber permanecido allí cinco minutos más, hubiéramos perecido todos. Según se dijo, la 1ª Compañía había flaqueado y por la brecha se había colado el enemigo situándose a su espalda. Otros, decían que habían subido por una hondonada a nuestra derecha y que por eso habían ganado la espalda". José del caserío Zumeta había visto morir a su capitán y escuchaba a sus compañeros gritar: "iEstamos perdidos!". En ausencia de mandos comenzaron a huir: "Al poco, íbamos todos monte arriba". La desbandada del 1o de Guipúzcoa era total, arrastrando incluso aquellos que se encontraban al otro lado de la vertiente, y que solo habían sentido silbar las balas sobre sus cabezas. Eugenio del caserío Nordekua y los que se encontraban junto a él no tardaron en unirse al resto: "Cuando las otras compañías se retiraron, nosotros empezamos' se han ido los demás, ¿y nosotros, hemos de quedarnos aquí? Vámonos también". El propio Matías Ichaso, el teniente coronel del batallón, huía también a pie, ya que "su caballo que un chico llevaba de la brida, recibió un balazo y allí se fue al galope, cuesta arriba entre los soldados". Los liberales saltaron al parapeto abandonado e intentaron seguir avanzando. Sin embargo, las tropas carlistas colocadas sobre el 1° de Guipúzcoa, no tardaron en hacer acto de presencia para contenerles. José del caserío Zumeta comentaba: "Ibamos todos monte arriba. Allí arriba estaban quietos los alaveses, como el cazador a la espera. Allí nos detuvimos, formamos de nuevo y volvimos a hacer fuego". José Antonio Arteaga añadía: "Aparecieron entonces arriba nuestros batallones' castellanos, alaveses,... A calar las armas, iqué ruido de hierro! Calaban la bayoneta y tiraban para adelante. Si hubieran llegado diez minutos antes, hubiéramos salido vencedores. Se detuvieron los unos a la par de los otros, disparándose mutuamente, con la rodilla en tierra". El 1° de Álava "Cazadores de Vitoria" al mando de Ruperto Viguri, acometió a las tropas liberales en una temeraria carga a la bayoneta. Entre los voluntarios de este batallón se encontraba Emilio Valenciano Díaz, un asturiano nacido en Olloniego de 23 años: "Participé en varios combates a la bayoneta, en uno de ellos murió mi viejo amigo Cayetano Díaz, de Ceceda". El 3° de Castilla,"Cazadores de Burgos", en esos momentos con solo dos compañías sobre los guipuzcoanos al mando del comandante León Sáez Manero, un antiguo sargento de Infantería de Marina, aguantó la embestida en sus posiciones al precio de 19 bajas: "no teníamos propiamente una trinchera, sino una tapia baja, donde agazaparnos". Otro batallón castellano, el 1° de Castilla "Cazadores del Cid", al mando de Maximinao del Pino y Juan Pérez Nájera, avanzó sus posiciones, encontrándose en el camino con los fugitivos de 1° de Guipúzcoa. La 1ª compañía de este batallón ocupó las posiciones cercanas al parapeto perdido, donde se sostuvo todo el día con graves pérdidas.
La enconada defensa de estos batallones hizo que el general Primo de Rivera cometiese el error de no seguir presionando por el cordal e inclinó sus tropas a la izquierda con la idea de pasar a retaguardia de la línea carlista por la parte del valle del Manzanar. Allí se encontró con el 1° de Aragón "Almogávares del Pilar" al mando de Carlos González Boet, donde se trabó de nuevo la lucha. El propio Apalategui cuenta una anécdota sobre la presencia de los aragoneses en Somorrostro: "Les enviaron de Madrid un nuevo jefe que no era del gusto de los muchachos y manifestaron que no lo aceptarían. Formaron y el nuevo jefe comenzó a dar órdenes, entonces lo chicos echaron los fusiles al suelo y dijeron que no los recogerían. En castigo tuvieron que marchar a Somorrostro". Entre los soldados aragoneses se encontraba Martín Ignacio Asurmendi Elizalde que había pertenecido a la partida del cura Santa Cruz y tras el apresamiento del cura en Bera, entró a formar parte del 2° de Guipúzcoa. Estando en Azpeitia llegó el batallón de aragoneses: "Los aragoneses para andar por los montes y demás necesitaban algunos vascos y decidieron destinar a ellos a algunos de nuestro batallón". Comentaba Martín: "Las armas (de los aragoneses) eran muy malas' trabucos y grandes navajas. Fueron a Eibar a por buenas armas, pero no hubo suficiente para todos y unos 200 siguieron con los trabucos". Cuando la situación se tornaba delicada para los carlistas, con todas las fuerzas disponibles en la zona trabadas en el combate, aparecieron el 3° y 6° Batallón de Navarra. A las 6 de la mañana, cuando había comenzado el ataque liberal, los mandos carlistas apercibidos que la ofensiva principal era en Las Cortes, dieron orden de reforzar las posiciones con el 6° de Navarra, "Batallón del Rey Don Juan", al mando de brigadier Juan Yoldi un navarro de Tierra Estella y el 3° de Navarra, "Batallón del Príncipe Don Jaime", con Simón Montoya Ortigosa a la cabeza del mismo. Las tropas se pusieron rápidamente en marcha, pero en ausencia de guías, les costó tres horas alcanzar la zona asignada. Sobre las 9:00 o 9:30, Montoya y el 3° de Navarra; se encontraron en las cercanías del Portillo de Las Cortes a varios mandos que le hicieron saber de la apurada situación en la que se encontraba el frente y rápidamente comenzó a distribuir a sus hombres en espera de la llegada del 6° de Navarra. En ese proceso se encontraba Montoya cuando finalmente apareció Yoldi con el 6°, asumiendo inmediatamente el mando de ambos batallones. Yoldi ordenó a Montoya descender hacia el valle del Manzanar: "Baje usted con una compañía y cargue contra el enemigo donde le encuentre". Con su batallón a medio distribuir y desenfilado, Montoya tomó dos compañías: la 3ª y 4ª Compañía, cumpliendo las órdenes dadas. Mientras bajaba por el valle que forma el río Jarillo, cuenta el historiador Pirala, como los navarros se mezclaron con las tropas aragonesas que se encontraban en ese momento disputando duramente los parapetos cercanos al caserío Mendikute, también conocido por el nombre de Castil. Cargando a la bayoneta se reconquistaron dos parapetos y el propio caserío donde se rindieron 4 ó 5 soldados liberales. Martín Asurmendi, junto a las tropas aragonesas, formó parte de este asalto: "A cuchillo y no a bayoneta, a navaja entraron. ro me vi peleando con un sargento. Lo derribé. Un oficial traía la espada en alto para golpear mi cabeza, pero me eché para atrás y me dio en la nariz. He aquí la cicatriz". Un gastador (soldados escogidos por su fortaleza física para preparar el terreno al resto del batallón) del 3° de Navarra tenía intención de matar a uno de los prisioneros, siendo detenido por un teniente. El gastador se volvió comentando: "¿"o me deja usted mojarla?", indicando con la bayoneta al prisionero. Una vez recuperados los parapetos en el Manzanar e incendiado el caserío Mendikute para impedir su fortificación, repelido el intento de avance del ejército liberal por esa zona, aragoneses y navarros no hacían en aquel valle más que tener bajas inútiles ya que estaban dominados por la altura del Portillo, donde los liberales mantenían el frente; por lo que precedieron a la evacuación de sus fuerzas. El general Primo de Rivera no volvió tampoco a intentar descender al valle, porque de igual forma que ellos controlaban la zona al estar posicionados en una línea más elevada, lo mismo ocurría con las fuerzas carlistas, donde el 3° de Navarra se habían situado perfectamente para batirlo. Montoya y sus dos compañías, subieron de nuevo al Portillo de las Cortes, donde descansaba el 6°. El resto del 3° de Navarra estaba en los parapetos más próximos a los liberales, donde recibían una lluvia de plomo de una batería de montaña que les disparaba a bocajarro. En aquellos momentos de tensión, llegó hasta Yoldi un correo con órdenes directas del general Lizarraga que observaba los movimientos de las tropas desde la zona del pico Ventana, y sin poder contenerse contestó al correo: "Diga usted a su general que desde allí no se pueden dar bien las órdenes, que desde aquí veremos lo que conviene hacer y que lo mejor que podía hacer era volver por la honra que ha perdido con sus guipuzcoanos, perdiendo esta posición para fastidiarnos a todos". A las dos y media de la tarde se agotaron al 3° sus municiones y fue relevado por el 6°. Mientras tanto, el mariscal Serrano Acebrón al mando de los restantes 8 batallones liberales, había visto ascender a Primo de Ribera y ya dueño de la trinchera del ferrocarril, avanzó según el plan previsto ocupando los caseríos de Las Cortes. Sin embargo, una vez allí, se encontró bruscamente detenido en la planicie de la barriada. La orografía del terreno impedía un fácil progreso y su mando superior, el general Primo de Rivera, no solo no había conseguido desalojar a los carlistas de las alturas que dominaban Las Cortes sino que además, al inclinarse hacia la zona del Manzanar había dejado aisladas las tropas de Serrano Acebrón, obligándole a improvisar una defensa entre las casas y levantar parapetos con los cuerpos de las cabezas de ganado que en Las Cortes se encontraban. Según contó Pablo Aspiazu: "Hicieron dos trincheras con carneros y ovejas. Unas 400 cabezas ganados se amontonaron para formar una doble pared. Entre las casas Galíndez y Aranaza se formó un montón de plomo".
Habiendo desaparecido el empuje inicial de la acometida liberal y teniendo ya una visión global de la situación de las tropas enemigas, los carlistas fueron distribuyendo sus fuerzas, cercando la tropas liberales en los caseríos de Las Cortes: Se colocó el 1o de Castilla en el bosque de castaños que llegaba hasta Las Cortes, haciendo fuego a unos 30 metros de las casas. Por el lado de Sopuerta, en el monte Los Cuetos, se colocó el 5o de Álava, mientras que el 3° de Guipúzcoa "Cazadores de Tolosa", junto con los restos del 1o de Guipúzcoa, se trasladó al pico La Cruz, tomando posiciones cercanas al 1o deÁlava. José Luís Yraeta comentaba: "Mientras hacíamos fuego más arriba, estábamos en la trinchera 46 chicos, y nos quedamos con 45 cartuchos. Estando al lado lo alaveses, ellos tenían Remington, pero sus cartuchos los metimos en nuestros fusiles Berdan y muy bien".
Ya por la tarde, habiendo experimentado numerosas bajas, Acebrón apremió a su mando superior, Primo de Rivera, a seguir avanzando y despejar así las posiciones carlistas que impedían moverse a sus tropas. Sin embargo, el general Primo de Rivera no podía continuar: los carlistas habían tenido tiempo suficiente para movilizar sus batallones y reforzar sus posiciones, frenando la acometida inicial e imposibilitando cualquier nuevo avance. Los mandos liberales se justificaban: "Acostumbrados a economizar municiones dejaban avanzar tranquilamente a nuestros soldados hasta que los fusilaban por medio de oportunas descargas cerradas. Este sistema, y la situación de sus trincheras proporcionado una serie de fuegos cruzados impidieron dar una paso más". El general Primo de Rivera, con un cierto aire derrotista, envió un mensaje al presidente/general Serrano, Duque la Torre, que se encontraba en la casa Otamendi junto al castillo de Muñatones, dirigiendo las operaciones: "Fracasó el objetivo de la operación. Disponga VE de estas tropas como tenga por conveniente". El presidente Serrano notablemente contrariado con la noticia, le incitó a mantener la presión sobre la derecha carlista, prometiéndole más tropas y cañones, pero fueron tantas las objeciones de Primo de Rivera, que finalmente le autorizó para que el grueso de sus tropas pasase al centro. A las 6 de tarde, el fuego de fusilería se fue apagando, poniéndose fin a la batalla del 25 de marzo.
El ejército liberal había fracasado en su intento de flanquear las defensas carlistas por los Montes de Triano. El general Primo de Rivera sólo había conquistado la primera trinchera en la zona del Portillo y Serrano Acebrón ocupaba en precario la barriada de Las Cortes. Loma con sus tropas había llegado a las primeras casas de Las Carreras y Letona se atrincheró en la barriada de San Martín. Los carlistas conservaban posiciones dominantes sobre las que habían perdido, durmiendo en el suelo de sus defensas sobre los mismos puntos que al terminar el combate. Durante el 26 y 27 de marzo, las fuerzas liberales, habiendo sido desbaratados sus planes de desbordar por la izquierda y la derecha, intentaron romper el centro de la defensa carlista por San Pedro de Abanto, la zona más fortificada y mejor defendida. La sangría de hombres y material que supuso semejante decisión fue de tal envergadura que el asalto a Las Cortes del día 25 quedó relegado como una mera anécdota para la mayoría de los historiadores. José del caserío Zumeta siguió los acontecimientos de aquellos días observando los movimientos de las tropas con los prismáticos de su malogrado capitán Carlos Alcorta: "Mientras lo cañones y los fusiles disparaban, el estrépito era ensordecedor, y grande también la humareda. "o se oía otra cosa. Pero cuando anocheció y se hizo alto el fuego, entonces comenzamos a oír gemidos. r a la mañana, ¿Qué es lo que vieron nuestros ojos? Como cuando un campo, recién segado el trigo, se ve lleno de fajos, así apareció aquel entorno".
EPÍLOGO
La actividad bélica
La primera batalla
24 y 25 de febrero de 1874. Primera batalla. El paso del puente de san Juan. Asalto a Montaño y San Pedro de Abanto y repliegue posterior.
La segunda batalla
25 de marzo de 1874. inicio de la segunda batalla. Toma de las Cortes. Ataque a Montaño por mantres. Toma y fortificación de Las Carreras.
La tregua
28 de marzo de 1874. fin de la segunda batalla. Tregua para el enterramiento de cadáveres en fosas comunes.
Fin del sitio
28 de abril de 1874: acción de Las Muñecas. 2 de mayo: entrada de liberales en Bilbao