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TRABAJADORAS BAJO LA SOMBRA DE LOS RASCACIELOS
Fregona en el mayor hotel del mundo
En realidad todo estaba saliendo muy bien, pensaba, mientras cumplimentaba el formulario con sus numerosísimas preguntas indiscretas, que me había proporcionado la dirección del hotel. Que dónde había estado contratada antes... Si tenía el propósito, en caso de no ser americana, de convertirme en americana ... Y sobre todo esa pregunta que interroga sobre a quién habría que avisar en caso de enfermedad. Que ya de principio haya que ponerse en lo peor, no suena precisamente alentador, pero por lo demás no creo haber salido mal parada. Aunque no debería haber confesado que tan solo llevo unos días en América. Quizá hubiera sido mejor postularse para camarera. Aunque limpiar veinte habitaciones y veinte cuartos de baño en siete horas, no es poca cosa. ¿Lo habría conseguido? ¡Y el sosiego que tendría después de haber ordenado veinticinco habitaciones y veinticinco cuartos de baño! Ahora, por lo menos, tendré un trabajo liviano: tan solo limpiar la consulta de un dentista e higienizar los instrumentos de níquel. ¿Qué dificultad hay en ello? No es que gane mucho. Un dólar al día. -Y tengo pensión completa y «cuarto con baño», me dijo la anciana y amable dama que me atendió.
Se mire donde se mire en el papel secante, en el formulario, es evidente que nos encontramos en el mayor hotel del mundo, con dos mil doscien,tas habitaciones y dos mil doscientos cuartos de baño. Estoy incluso algo orgullosa de haber encontrado aquí una colocación, aunque sea modesta.