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SIGLO XXI - BILBAO
Ocho de abril, Jueves Santo, 6,30 horas
La noche había dejado una oscura huella en la ciudad que se
disiparía con el amanecer.
Águeda se ajustó la chamarra vaquera para abrigarse mientras
se dirigía al bar, había empezado a notar la fresca brisa primaveral.
Estaba feliz, pero a la vez sentía la incertidumbre pegada a su estómago;
como si todos los nervios de su cuerpo se anudaran en aquel
punto. Se sentía extraña, como si se hubiera metido en la piel de otra
persona. No sabía por qué Alberto la había citado a aquellas horas tan
intempestivas, debía de tratarse de algo importante, sin duda.
Ojalá fuera para declararse, deseaba tanto ser su pareja. ¿Se habría
dado cuenta de que ella era la persona ideal para él?, ¿de que estaban
hechos el uno para el otro?, ¿de que era élla su media naranja?
De pronto, según se iba acercando al bar recordó que era el
lugar donde sus padres se habían declarado.
Según le había contado su madre, aquel día acabaron en el bar
de casualidad, entraron en él para guarecerse de la lluvia. Mientras
tomaban algo y charlaban, su padre jugueteaba con la cajetilla de
cigarros.
-Hacemos buena pareja, ¿verdad?
-Claro -respondió ella.
-Se me ha ocurrido de repente... -dijo tendiéndole la figura que
acababa de moldear con el papel de plata del paquete de tabaco.
Su madre se quedó perpleja al ver que era un anillo lo que le
entregaba.
-¿Estás intentando declararte? -dijo tras una pausa.
-¿Te gustaría ...?
No le dejó terminar la frase, se lanzó a sus brazos y comenzó a
besarle efusivamente. No hubiese imaginado una respuesta mejor.