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Domingo

La calle de Las Cases estaba tan tranquila como en pleno verano, con las ventanas abiertas protegidas por persianas amarillas. Había vuelto el buen tiempo; era el primer domingo de primavera. Tibio, impaciente, inquieto, empujaba a la gente a salir de casa y de la ciudad. Una luz tenue resplandecía en el cielo. Se oía el canto de los pájaros en la plaza Sainte-Clotilde, un suave gorjeo asombrado y perezoso, y en las calles tranquilas resonaban los roncos graznidos de los coches que se marchaban al tampo. En el cielo no se veía más que una nubecilla blanca, una concha de contornos delicados, que flotó unos instantes en el azul y se disolvió en él. Los transeúntes alzaban la cabeza con una expresión de embeleso confiado y aspiraban la brisa sonriendo. Agnes entornó los postigos: con tanto sol, las rosas se abrirían demasiado pronto y morirían. La pequeña Nanette entró corriendo y dando saltitos. -¿Me dejarás salir, mamá? Hace un día tan bonito...
La misa ya había acabado. Por la calle de Las Cases pasaban niños con ropa de colores claros, los brazos desnudos y misales en las manos enguantadas de blanco, rodeando a una niña vestida de primera comunión, con las mejillas rollizas y [...]