¿Buscas un libro para leer?
Zer edo zer irakurri nahi?

Os creéis que arregláis algo

El brigada López sacó de improviso su teléfono móvil del bolsillo, lo contempló durante una fracción de segundo y se volvió hacia mí para anunciarme, con aquella sonrisa suya, a la vez astuta y cordial:
—El alacrán está en la jaula.
Inmediatamente dio el aviso por la emisora del coche patrulla en el que esperábamos, además de él y yo, uno de sus guardias y la sargento primero Chamorro. Lo había aparcado en un lugar discreto, a poco más de medio minuto de la entrada de la cañada, de forma que no se tropezara con nosotros quien no debía tropezarse y a la vez estuviéramos lo bastante cerca como para intervenir sin demora. De todos modos, no nos correspondía a nosotros ser los primeros, y tampoco éramos quienes llevábamos la voz cantante en aquel baile.
Tras el aviso del brigada, en la radio tomó el mando el oficial responsable de la unidad especial de intervención, que tenía tres equipos apostados en coches camuflados en otros tantos puntos estratégicos. Fueron ellos los primeros en lanzarse dentro del poblado chabolista, quemando el asfalto y levantando a continuación el polvo del camino y de las callejas improvisadas entre los chamizos de tablas y chapas. Varios coches patrulla, entre ellos el nuestro, acudieron segundos después para bloquear todos los accesos e impedir que nadie saliera de la zona. En ese mismo momento, el helicóptero se hizo presente en el aire, con su foco que hendía la oscuridad en busca de posibles fugitivos.