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El primer engaño

En las noches que siguieron al gran hundimiento, al señor Doll siempre le asaltaba el mismo sueño pavoroso cuando se quedaba dormido de verdad. DorITÚan muy poco en aquellas primeras noches, esperando siempre, aterrorizados, cualquier amenaza contra el cuerpo o el espíritu. La oscuridad había llegado hacía mucho, tras un día lleno de congoja, y aún seguían sentados junto a las ventanas, atisbando el pequeño prado, los arbustos, el estrecho sendero de cemento, a fin de vigilar si venía un enemigo, hasta que en sus ojos doloridos se confundía todo y ya no veían nada.
Entonces alguno solía preguntar:
-¿No será mejor que nos vayamos a dormir?
Pero casi nunca contestaba nadie, y entonces permanecían sentados, con la mirada perdida y asustados. Hasta que el sueño asaltaba al doctor Doll de repente, como un ladrón cuya gran mano se depositara asfixiante sobre su rostro. O también como una espesa telaraña que penetrara en su garganta al respirar y avasallara su conciencia. Una pesadilla...
Quedarse dormido de esta manera ya era bastante desagradable, pero a este mal adormecimiento lo seguía inmediatamente la pesadilla. Siempre la misma. El sueño de Doll era el siguiente:
Yacía en el fondo de un enorme cráter provocado por una bomba, de espaldas, los brazos apretados con fuerza contra los costados, sobre un encharcado barro amarillento. Sin mover la cabeza, podía ver los troncos de los árboles que se habían desplomado en el cráter, así como las fachadas de algunos edificios, con sus huecos vacíos en las ventanas, tras los que no había nada.