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Zer edo zer irakurri nahi?
Paria
Mayo de 1881
A la izquierda del hogar, tres armas largas colocadas
sobre unos ganchos presidían la estancia. La primera
era la bayoneta que había utilizado el bisabuelo durante
la guerra de Independencia; la segunda, un mosquete
que había servido al abuelo durante la guerra contra México;
la tercera, la carabina que manejara el padre durante la guerra
de Secesión. Eran el trofeo de la casa, pero estaban bien cargadas
de munición, listas para seguir dándolo todo.
En el exterior, los muchachos se divertían asustando a sus
hermanas pequeñas con el cuento de que los lobos vendrían
a comérselas. Al norte de Vermilion Cliffs no había lobos,
pero había navajos y mormones. No había bosques donde los
animales pudieran esconderse, pero había unas milenarias
rocas rojas en forma de estatuas. Detrás de aquella austeridad,
la amenaza solo podía ser humana.
*
Cuando oyeron el grito, los Sevener creyeron que los navajos
habían atrapado a uno de los suyos y le estaban arrancando la cabellera. Fue un grito largo y ronco, cargado de horror y
de dolor, el tipo de desgarro en el espacio sonoro que le indica
a uno que ya es demasiado tarde. El grito debió de ser
más fuerte que el silbido de la tetera y que el golpeteo de la
máquina de coser para que se oyera en la cocina, donde estaban
la madre y los niños. Debió de colarse entre los martillazos
que daba el padre sobre la balaustrada. Debió de
rodear la colina y de amortiguar el mugido de las reses para
llegar hasta los hijos, que reunían el ganado a tres millas de
allí. Hubo sin duda un eco, una reverberación en los pequeños
valles, algo con un poder amplificador tal que a todos
los miembros de la familia les recorrió un escalofrío al
mismo tiempo.