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Zer edo zer irakurri nahi?

Si al conde Neville le hubieran dicho que un día visitaría a una vidente, no se lo habría creído. Si hubieran añadido que sería para buscar a su hija fugada, este hombre sensible se habría desmayado.
Una especie de secretaria le abrió la puerta y lo condujo hasta una sala de espera.
-Madame Portenduere lo recibirá enseguida.
Era como estar en el dentista. Neville se sentó, muy erguido, y observó con perplejidad los motivos tibetanos que decoraban las paredes. Una vez dentro del gabinete de la vidente, lo primero que hizo fue preguntar dónde estaba su hija.
-La pequeña está durmiendo en la habitación de alIado -respondió la mujer.
Neville no se atrevió a decir nada: ¿acaso iban a exigirle un rescate? La vidente, una mujer de edad indefinida, enérgica, regordeta, de una extrema vivacidad, retomó la palabra:
- Ayer, pasada la medianoche, salí a dar un paseo no muy lejos de sus dominios. La luna brillaba como si fuera de día. Fue entonces cuando me tropecé con su hija, acurrucada en posición fetal, temblando de frío. Se negó a decirme nada. La convencí para que me acompañara: si se hubiera quedado allí se habría muerto de frío. Al llegar aquí quise llamarlo sin demora para tranquilizarlo: pero ella me dijo que era inútil, que usted no se había dado cuenta de su desaparición.
-Exacto.
- Así que he esperado hasta esta mañana para llamarle. ¿Cómo es posible que no haya notado la ausencia de su hija, señor?
- Cenó con nosotros y luego, como cada noche, subió a su habitación. Debió de salir cuando ya estábamos acostados.
-¿Cómo se comportó durante la cena?
- Como es habitual en ella, no dijo palabra, apenas comió y no parecía estar en su mejor forma. La vidente suspiró.
-¿Y no le preocupa tener una hija en semejante estado?
-Tiene diecisiete años.
-¿Y se conforma con esa explicación?