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Zer edo zer irakurri nahi?
«Fuego necesita quien de fuera llega con las rodillas frías.»
Hávamál (Dichos del Altísimo) de la Edda mayor colección de poemas en nórdico antiguo sobre dioses y héroes mitológicos de transmisión oral y conservados en pergaminos islandeses del siglo XIII.
Era la diferencia entre pasar frío y entrar en calor. La diferencia entre la mena y el hierro, entre la carne cruda y la costilla asada. Durante el invierno, era la diferencia misma entre la vida y la muerte. Esa era la importancia que tenía la leña para los primeros habitantes del norte.
La recolección de leña era, sencillamente, una de las tareas prioritarias, y el resultado de la ecuación resultaba sencillo: si tenías poca, pasabas frío; si te faltaba, te morías.
Tal vez unos cuantos milenios de frío y sufrimiento hayan desarrollado un gen especial de destreza para la calefacción de leña que la gente de zonas cálidas y templadas no tiene.
La leña es la razón misma por la que los habitantes del norte estamos aquí, pues sin ella estas gélidas regiones serían inhabitables. Apenas cien años de climatizadores y tanques de
queroseno no han podido saldar esta deuda, y tal vez el gusto que muchas personas encuentran en acopiar madera se deba a que despierta aquel gen en nosotros, y nos conecta a través de los tiempos con aquellos recolectores de los que descendemos.
Durante miles de años la leña fue algo vital en los países nórdicos. Se sabe que desde épocas prehistóricas la gente del norte cortaba madera verde y la secaba para el invierno siguiente.
La madera ha dejado su huella en los idiomas escandinavos: tanto en sueco como en noruego, «leña» se dice ved, una palabra casi idéntica a la que se empleaba en la lengua nórdica antigua para decir «bosque»: viðr .
El bosque y el fuego eran una misma cosa, y desde tiempos remotos los hombres se reunían alrededor de hogueras al raso en los asentamientos, y más tarde en torno al fogón, mientras el humo salía por un agujero en el techo de la casa o la choza. La lengua noruega es rica en refranes antiguos para referirse al uso del fuego. El más común es «quemar leña para el grajo», es decir, gastar mucha madera o crear calor que no se aprovechará.
Por supuesto, en la antigüedad la leña era importante para toda la humanidad, no solo por el calor que proporcionaba, sino también para cocinar. Se trata de la más antigua de nuestras fuentes de energía, y las tradiciones se ven condicionadas por dos factores: el tipo de bosque existente y el acentuado descenso de las temperaturas durante el invierno. Por ejemplo, hacia 1850 el consumo de madera en París, que en aquel entonces tenía un millón de habitantes, era de 500.000 m 3 anuales.
El hecho de que los países nórdicos sigan siendo un lugar especialmente interesante en el que estudiar la cultura de la calefacción de leña —donde además el consumo de esta ha ido en fuerte aumento a lo largo de los últimos treinta años— tiene que ver sobre todo con las siguientes causas: contamos con bosques abundantes; ni el uso del carbón ni el de otra fuente energética ha interrumpido nunca la tradición de calentarse con leña; los países han seguido a la vanguardia del desarrollo de estufas modernas de combustión limpia; y quizá lo más importante de todo: no podemos modernizar las condiciones climáticas. Sigue haciendo frío aquí en el norte.
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