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Zer edo zer irakurri nahi?

Quiero una mujer, profirió el general. Lo que necesito es una mujer, desde luego.
No es usted el único que se halla en esa situación, le sonrió Paul Objat. Ahórreme sus reflexiones, Objat, se crispó el general, no quiero bromas al respecto. Un poco de compostura, santo Dios. La sonrisa de Objat se eclipsó: Le ruego que me disculpe, mi general. No se hable más, dijo el oficial, meditemos.
Falta poco para el mediodía. Ambos hombres meditan, sentados a una y otra parte del escritorio metálico verde, viejo modelo reglamentario con cajones tras el cual se sienta el general. Tan sólo ocupan el tablero de ese mueble una lámpara apagada, un paquete de puritos Panter Tango, un cenicero vacío y un vade de papel secante muy antiguo, completamente deshilachado, que parece haber absorbido y concluido un sinfín de asuntos desde, digamos, el dosier Ben Barka. El escritorio verde ocupa el fondo de una estancia austera cuya ventana da a una plaza de cuartel pavimentada. Además hay dos sillas tubulares de escay, tres armarios clasificadores con dosieres colgados y una mesilla que soporta un viejo y voluminoso ordenador mugriento. [...]