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Zer edo zer irakurri nahi?

Era un pez tan feo que casi no parecía un pez. Una piedra de fría carne musgosa y con hierbajos, jaspeada de verde y blanco. Al principio no lo vi, pero luego pegué la cara al cristal intentando acercarme. Sepultado en aquella maleza inverosímil, gruesos labios en curva apuntando hacia abajo, la boca una mueca. Ojo como pequeña perla negra. Gruesa aleta caudal con motas oscuras, a franjas. Pero nada más que lo señalara como pez.
Mira que es feo.
Un viejo de repente a mi lado, su voz una sorpresa desagradable. Aquí nunca me hablaba nadie. Salas oscuras, humedad y calor, refugio contra la nevada.
Supongo, dije.
Esos huevos, los está protegiendo.
Y entonces vi los huevos. Creía que el pez estaba medio escondido detrás de una anémona de mar blanca, un amasijo de globitos de color blanco, pero me fijé bien y vi que no había ningún tallo, cada globo era independiente, los huevos parecían flotar juntos en el costado del pez feo.
Pejesapo tres manchas, dijo el hombre. No se sabe por qué el macho se encarga de los huevos. Quizá para protegerlos. O quizá para atraer a otros peces.
¿Dónde están las tres manchas?
El viejo se rió.
Bien dicho. Ese tiene más manchas que la mano de un viejo.
No miré. No quise verle la mano. Era muy viejo, quiero decir anciano. Setenta y pico o así, aunque no encorvado. Su aliento el de un viejo. Ahuequé las manos en el cristal y me aparté un poco, como si simplemente estuviera [...]