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Zer edo zer irakurri nahi?
Agosto de 2012
El alambre de púas hirió mi espalda. Temblaba descontroladamente.
Después de largas horas esperando la llegada
del anochecer, para no llamar la atención de los
soldados turcos, por fin levanté la cabeza y observé el cielo
distante teñirse de negro. Debajo de la cerca de alambre que
delimitaba la frontera, alguien había cavado un hoyo minúsculo,
con el espacio justo para una persona. Mis pies se hundían
en la tierra y las púas me desgarraban la espalda mientras
me arrastraba para cruzar la línea de separación entre los
dos países.
Respiré hondo, arqueé la espalda y corrí tan rápido como
pude, tal como me habían indicado. Rápido. Media hora de
sprint: esa es la distancia que tienes que recorrer antes de llegar
a salvo al otro lado de la frontera. Corrí y corrí hasta que
salimos de la zona de peligro. El suelo era irregular y rocoso,
pero a toda velocidad sentía los pies ligeros. Los latidos intensos
del corazón me impulsaban, me elevaban. Jadeando,
murmuré para mis adentros: ¡He regresado! No es la escena de una película, es real.