“Prescribir en caso de aburrimiento, apatía o astenia primavero-criminal”

Las novelas de Andrea Camilleri deberían llevar, en la faja promocional que suele acompañarlas, la siguiente leyenda: “Prescribir en caso de aburrimiento, apatía o astenia primavero-criminal”.
Al menos, a mí la medicación me funciona de maravilla y constituye el mejor remedio para aquellos momentos en que me encuentro saturado del género, aburrido de leer siempre lo mismo, agobiado por la cantidad de lecturas pendientes -y con las que me siento comprometido- y que, vete tú a saber por qué, no me apetece acometer.
Y es curioso lo que acabo de escribir de “aburrido de leer siempre lo mismo”, porque con Camilleri -con Montalbano en realidad- se trata de combatir la enfermedad con una especie de vacuna, es decir, mediante de la inoculación de una pequeña dosis -algo más de doscientas páginas- del propio virus.
Porque, no nos engañemos, leer Montalbano es volver a leer lo mismo una y otra vez: los mismos tics de Catarella, las mismas disputas entre el comisario y su eterna novia, los mismos escarceos amorosos de Mimì Augello… Y, sin embargo, nada más placentero como volver a lo que ya es tu casa, allá en Vigàta, en Marinella, evitando ir a buscar a Livia a Punta Raisi cuando llega de visita -siempre en el peor de los momentos posibles-, luchando por el último cannolo con el dottore Pasquano, viendo como se le cae la baba al fiscal Tommaseo ante una mujer de bandera, conspirando con Nicolò Zito o ridiculizando a Pippo Ragonese.

De la reseña de Ricardo Bosque en Calibre.38